sábado, febrero 19, 2011

La profesión docente (Claudia)

La situación del educador es hoy muy difícil; él ha sido formado en la idea de que la educación consiste en producir en el alumno desarrollo de conocimientos y comportamientos de acuerdo con las concepciones de una sociedad en la que vive. Así la organización social se haría posible en la medida en que sus miembros respetaran reglas. Y si se respetaban las personas en la enseñanza y el aprendizaje, o no, el acto de enseñar resultaba un éxito o un fracaso. Esto sucede cuando las sociedades son más o menos dinámicas pero estables, no en las sociedades de cambios. En el caso de aquéllas se enseña en esa convicción y se van realizando los ajustes necesarios a través de la labor, seguros de que el marco social es más o menos semejante al que él vivió y en el que se formó. Pero no ha sido preparado aún para otros tiempos diferentes, otras influencias, otros factores que hoy están cambiando al hombre y por ende a las sociedades.
Cambios políticos, económicos; cambios en lo científico, en lo tecnológico; y sus consecuencias en lo cultural, lo social, incluyendo la lengua, las costumbres y modos de vivir. En fin cambios en el mundo que hoy vivimos. Será preciso, desde ahora, que el educador vaya comprendiendo en forma paulatina, pero necesaria y urgentemente, que deberá dar respuestas a un alumno que se resistirá a las concepciones del mundo que la sociedad vivía y que hoy han cambiado. Por todo esto el maestro o profesor deberá ir haciéndose a la idea de enfrentar el encuentro con el alumno lo más humanamente; con mayor contacto personal, tratando de elaborar junto con él una especie de ingeniería de comportamientos que lo oriente para lograr enseñar y aprender en los tiempos de crisis que vivimos. El que enseña debe llegar a lograr el respeto del que aprende, por su saber, su capacidad, su comprensión y eficiencia; así podrá acallar la protesta, el desinterés, la apatía o aun la violencia que un alumno desorientado o problematizado trae al aula con una gran carga de desaliento que recoge en el medio social e incluso en los hogares. El docente deberá, con gran esfuerzo, estudiar y tratar de comprender y, en lo técnico, ensayar o crear métodos o situaciones de trabajo y estudio con sus alumnos, pensando siempre en darles algo constructivo para el futuro.
Hoy el profesor debe ser más que un dispensador de conocimientos; la información y los conocimientos nuevos abundan y llenan espacios enormes en la vida de los que aprenden; él mismo se convierte en un aprendiz. Pero, además, el educador tiene un rostro, un nombre, una madura historia personal que lo capacita para volcar sus productos en su enseñar y darla, entregarla en sabiduría. Por otra parte, cada alumno tiene un nombre y una historia propia, y está allí, en el aula, necesitando y buscando caminos que lo orienten, acaso con sentimientos encontrados, tristezas y dudas, y alimentando o deseando quizá lograr esperanzas u orientación personal frente al futuro. Acaso, también comunicar a otros su actitud de amistad, o su alegría de vivir. Nuestra civilización actual plantea el problema de jerarquizar el acto educativo, que ha trabajado principalmente hasta ahora con el mundo de lo real y, desde ahora, deberá hacerlo también con el virtual. Ambas situaciones requieren hoy sus propios principios, aunque semejantes o asociados, porque más allá de los métodos, técnicas, procedimientos, etc., está la necesidad de hacer frente a una sociedad que quiere y debe aprender bajo el efecto y la influencia de ambos estímulos. En general, se atribuye la inercia de los sistemas educativos a las técnicas de reproducción y conservación y no de innovación. Pero hoy, la demanda social está precisamente en los poderes de innovación. Ampliar el ámbito de acción tradicional de los educadores es absolutamente necesario, no sólo en el campo de la educación sin distancias, sino con el propósito de que sirva de base para el ensayo y creación de recursos y técnicas para la educación a distancia. Para ello, el educador deberá ser sensible y permeable y abrirse a todas las experiencias de innovación de las escuelas de distintos niveles, educadores, ensayos, haciendo un aprendizaje y actualización según la diversidad de circunstancias y factores que afectan al aprendiz de hoy. Abrirse a los descubrimientos de las humanidades y a los de las ciencias, conjugar sus productos en una creación que responda a sus inquietudes, tratando de retenerlo en el sistema y despertando su interés y participación, y, desgraciadamente, su desinterés y sus quejas que deben ser escuchadas y atendidas con el fin de establecer el diálogo.
Escuelas de todos los niveles y modalidades deberán convertirse, a través de una labor interesada del educador, y transformándose en incentivos de creatividad, de sinceridad y acercamiento; deberán ser escuelas que sirvan para la vida, que enseñen a vivir; que toquen la interioridad del sujeto, familiarizado ya con la ficción, con el saber y modalidades de una vida nueva. Las escuelas deberán enseñar a pensar, a inventar un camino a cada hombre o mujer y a transitar por él, cada uno, con coraje que les señale su propio lugar y destino, adonde encontrarán su razón de vivir, apreciar la vida, y en el que edificarán una familia, respetando el entorno en el orden y la ley; y una conciencia justa con él mismo y con los otros seres del mundo. Porque ese hombre o mujer es la esperanza del futuro. Humanismo y cientificismo deben ir juntos en el aula y debe introducirlos el educador con conocimiento y valor, en una actitud de renovado entusiasmo, con su aceptación y su saber. Y la escuela ha de convertirse en un lugar de innovación en lo que enseña y en el enfoque de un fenómeno de comunicación interactiva educador-alumno. El profesor deberá ser orientador y dador de sí; su personalidad, su humanidad ya vivida en beneficio de su lucidez y quizá de su sabiduría de vida. Tenderá a crear en el aula esta interacción de persona a persona y así podrá responder a las incertidumbres de sus alumnos en este momento tan difícil en el que ellos esperan una orientación en sus comportamientos para vivir. En cuanto a la formación personal y profesional, los futuros profesores deben atreverse a discutir y aceptar o no ideas nuevas. Que se dediquen a estudiar, sin temor a las nuevas teorías sobre el aprendizaje y la enseñanza; que conozcan los descubrimientos del campo de lo científico, de las humanidades, de lo técnico. Todo eso ha cambiado o está cambiando.
Profesores, lleguen al aula con la cabeza abierta, llena de ideas a plantear a los alumnos y dispuestos a dialogar con ellos sobre cada tema, respetando sus opiniones y aportando la suya, sin prejuicios ni autoritarismo; ellos los respetarán si los dejan expresarse con libertad.
Den ejemplo de prudencia, justicia y honestidad en los planteamientos; sean éstos, más o menos inteligentes, pero todos serán aportes y respuestas a su interés; los alumnos lo apreciarán. Lleven libros nuevos, pidan que ellos mismos busquen y los lean, y permitan también en la clase que lean las partes que han apreciado más y den testimonio y expresen lo que han considerado más interesante. En los casos de lecturas elegidas por los alumnos elogien la curiosidad de los chicos y será más armonioso el aprendizaje. La enseñanza necesita competencia y perfeccionamiento acordes con los nuevos saberes y descubrimientos de las ciencias y las humanidades; pero además, una técnica, un arte a adquirir. Es también indispensable en el desempeño del profesor y de gran importancia una disposición de afecto, de amor hacia el alumno. Si en la relación como el discípulo no hay amor, existe en el docente sólo una aspiración de carrera o de dinero y ganancias. En este caso, resultará para el docente el interés del beneficio económico, y para el alumno: aburrimiento, desánimo, desinterés y apatía. Por eso, en estos tiempos de enormes problemáticas, el docente podría ser el hacedor de una misión, de un camino hacia la preservación de lo humano en los hombres y mujeres del mundo. Todos nosotros y más los que nos estamos formando como profesores en este momento, esperamos mucho de la educación y pienso que debemos tener fe en ello. Creo que la labor se cumplirá con éxito. Vale la pena intentarlo con voluntad, coraje y cierto respeto por la función que se ha elegido ejercer en la vida: ser profesor. El mundo actual está necesitando, urgentemente, de buenos Profesores, así, con mayúsculas. Porque pide y confía en su esfuerzo, su devoción, su sabiduría, su conducción y su entrega a la valiosa y difícil tarea de educar.

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