sábado, febrero 19, 2011

Docencia ¡vocación y profesión! (Florencia)

“Nunca te quejes del ambiente o de los que te rodean, hay quienes en tu mismo ambiente supieron vencer, las circunstancias son buenas o malas según la voluntad o fortaleza de tu corazón.”
Pablo Neruda.

La vocación se define como la inclinación que tiene una persona hacia alguna profesión o estudio, que exige condiciones y aptitudes especiales, incluso se afirma que determina los rasgos que dicha persona posee.
Toda profesión exige que quien pretenda desempeñarla tenga ciertas características que le permitan desarrollar con la mayor eficacia posible las actividades que forman parte de ella, y por otro lado, poseer ciertas habilidades para solucionar los problemas que pudieran presentársele.
El docente es aquel que enseña o que es relativo a la enseñanza. La palabra docente proviene del término latino docens, que significa enseñar.
La profesión docente es una de las más sensibles a los cambios sociales, políticos, culturales y tecnológicos de las sociedades. Asimismo, tiene el desafío permanente de contribuir con la formación de actores o sujetos sociales que sean capaces de emprender las trasformaciones que vive el mundo. Ante tales exigencias, la profesión docente puede verse en una dimensión justa y real que si bien tiene un alto reconocimiento, éste no significa que la educación es sólo responsabilidad del docente y por ello se piensa en fortalecer el valor formativo de otros actores: líderes comunitarios, políticos, religiosos, comunicadores sociales, etc. En este mismo sentido, quiero destacar la función pedagógica de la profesión docente, que parece diluirse en medio de tantos roles que le impone su ejercicio. En consecuencia, desde mi visión, nuestra profesión es una búsqueda, un encuentro y una construcción que se realiza de manera compartida, que abre espacios para la reflexión y para el diálogo permanente. Hablar de profesión docente nos lleva a reflexionar sobre todos aquellos docentes que ejercen con verdadera vocación, en una realidad en constante cambio y con una actualidad compleja y vertiginosa.
Al recrudecimiento de la pobreza, la incorporación de alumnos a la escuela media, cambios en los modelos familiares, el adelanto tecnológico y la degradación de la figura docente, el recurrente fracaso escolar, la naturalización de los procesos de discriminación social y segmentación estructural al interior del sistema educativo y la adversidad en las que funcionan las escuelas de sectores populares son algunas de las características de la realidad por la que transcurre esta profesión en los tiempos que corren, donde los docentes actúan como mediadores de la educación ciudadana. Y a todo ello considero sumamente importante la carga emocional que implica la docencia, y la consiguiente relación profesor – alumno. El vínculo pedagógico se nutre de la relación humana, se reconoce en el encuentro interpersonal. Donde la emoción es fundamento y condición de posibilidad de lo racional. Es un hecho que cuando no hay vocación el desempeño y el trabajo se dificultan, y los problemas parecen más grandes de lo que realmente son. Por eso la elección de una carrera docente no puede tomarse a la ligera. Haciendo un recorrido por la historia de la educación sabemos que después de siglos de dominio religioso, distintos pensadores comenzaron a inquietarse por cuestiones referidas al conocimiento y método. Como Descartes, Locke y Rousseau. Conforme el pensamiento de John Locke (1632-1704), quien más que un empirista es un moralista, la pedagogía ocupa un lugar importante; otorgándole el autor a la conducta y a la ética más importancia que a la inteligencia y al conocimiento. Señala el filósofo que el objetivo del educador no es la enseñanza de ciertos contenidos, sino que éste debe priorizar la virtud, la formación del carácter y las buenas maneras. Hace también una distinción entre educación e instrucción, entendiendo que el aprendizaje debe dirigirse hacia la vida, no hacia la escuela; por ello rechaza la educación pública, pues no sirve para tal fin. Sin dejar de reconocer su importancia, afirma que la instrucción no puede reemplazar a la educación. Elabora asimismo, un orden de complejidad para adquirir habilidades y conocimientos: se debe enseñar a leer luego que el niño haya aprendido a hablar, inspirándoles el deseo de aprender presentándoles la instrucción como algo agradable, transformando así el estudio en juego. Con el positivismo (“orden y progreso”), con Comte, como principal exponente, el objetivo será la universalización de la escuela, sin exclusiones. Los destinatarios serán todos los individuos, incluyendo la clase proletaria.
Llegamos así al pensamiento de John Dewey (1859-1952), uno de los filósofos contemporáneos que mayor importancia ha dado a la educación, cuyo empirismo fue un intento de dar cuenta de las necesidades prácticas del hombre. Sin prescindir de la filosofía de la educación, puso de manifiesto la estrecha y necesaria relación que existe entre la teoría y la práctica de las cosas. Por su parte, en el ámbito nacional, un análisis sobre el pensamiento pedagógico, nos lleva a resaltar la influencia positivista en los orígenes del sistema educativo (1860 – 1900). Desde muy temprano quedaron planteadas las diferentes alternativas posibles: directivismo, espontaneismo e institucionalización del vínculo de aprendizaje en el proceso de socialización. El sistema educativo tradicional estaba concebido como un sistema de distribución social del conocimiento, según el cual la masa global de la población tenía acceso sólo a un mínimo de enseñanza básica que garantizaba la homogeneidad cultural y una elite accedía a las expresiones más elaboradas. Su tarea prioritaria era formar al ciudadano con un alto nivel de disciplinamiento; sin embargo, con el avance positivista este panorama cambió.
El núcleo central de pedagogos positivistas se movió en estrecha articulación con los establecimientos de formación de maestros por un lado, y con instancias escolares por otro. Estableciendo un grado de correspondencia entre teoría educativa, formación docente y prácticas pedagógicas aplicadas en el aula, permitió un nivel de eficacia satisfactorio. La propuesta didáctica del positivismo tendía a garantizar el progreso individual a través de estrategias que movilizaran las capacidades naturales individuales. Por ejemplo, Carlos Vergara (1859–1929) otorgaba valor educativo a la acción, afirmando que educar es estimular la acción y permitir su desarrollo. Dewey, con mucha más precisión conceptual, otorgaba a la experiencia dos aspectos: uno activo, experimento, y otro pasivo, sufrimiento; en consecuencia, la experiencia será acción y padecimiento. Si la educación ha de ser de, por y para la experiencia, el aprendizaje y la enseñanza efectivos sólo se lograrán a través de la acción directa, puesto que la acción en tanto fuerza en movimiento, resulta la agente de la experiencia. Resulta relevante el papel del método y del programa escolar, como así también capacitar al educador para que logre interpretar y valorar los elementos significativos en el progreso o retroceso educativo Posteriormente, en el contexto cultural del nuevo capitalismo, donde no hay idea de continuidad histórica, la incertidumbre donde el individuo está permanentemente obligado a elegir frente a múltiples opciones, la función de la escuela y de los docentes consiste en la formación de un núcleo estable que permita enfrentar los cambios permanentes a los cuales nos somete la producción cultural. La oferta de los medios de comunicación supone que los usuarios tengan categorías y capacidades de observación, de clasificación, y de comparación, necesarias para procesar e interpretar el enorme caudal de datos que se encuentran a nuestra disposición. Se podrían plantear dos pilares de la educación del siglo XXI, como lo menciona Juan Carlos Tedesco, “aprender a aprender y aprender a vivir juntos”. Ello supone introducir en la escuela el desarrollo de experiencias que no se producen naturalmente sobre la vida externa. Aprender a aprender implica un esfuerzo de reflexión sobre las propias experiencias de aprendizaje que no pueden desarrollarse sin una guía, sin un modelo, que sólo la actividad educativa organizada puede proporcionar. Aprender a vivir juntos, por su parte, implica vivir experiencias de contacto con lo diferente. Sin dudas los tiempos cambian, a veces no se si para bien o para mal. La celebración del Día del Maestro me retrotrajo a la adolescencia y a la influencia en la que muchos “profesores” marcaron mi vida. Recuerdo el respeto que sentía por aquella docente, temblaba ante la idea que tomara prueba y no supiera, por haberme quedad jugando en casa. Si venía una mala nota, la que sufría el castigo era yo. No tengo recuerdo de algún episodio en que mis padres hayan ido a increpar al docente por haberme reprobado injustamente, como pasa hoy. Pero aquella profesora de historia tenía algo diferente, no sólo iba por un salario, sino que transmitía entusiasmo. Todo lo salpicaba con una cuota de humor y simpatía. Lo que quiero resaltar con esto es el vínculo que se produce entre alumno y profesor, a través del conocimiento, cuando quien enseña lo hace con pasión, vocación y sabe contagiar su entusiasmo. Educar no sólo es transmitir conocimientos, es enseñar una cosmovisión de la vida y del mundo, es ayudar a abrir los ojos para saber mirar, es transmitir valores y convicciones. Por eso me parece espectacular haber tenido la dicha de aprender de verdaderos maestros, de los que me sentí discípulo, a quienes admiré y a quienes cansé a preguntas, porque cada respuesta suya me abría a nuevos desafíos y a nuevas inquietudes. ¿Y qué pasa con los alumnos? Se puede estudiar para zafar, como dicen los chicos. Pero, como con todas las cosas arduas en la vida, si uno se esfuerza, alcanza algo inesperado. Si existe placer en gozar de los bienes materiales, existe también un placer intelectual: el del conocimiento, y su búsqueda es "la verdad". Las nuevas tecnologías podrán dar millones de datos, pero sólo el esfuerzo por saber y alcanzar la verdad podrá hacer aprovechar lo que sabe un "maestro". En el maestro verdadero encontraremos la cercanía y la confianza que nacen del amor, porque todo verdadero educador sabe que para educar debe dar algo de sí mismo. Sólo así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y capacitarlos para un amor auténtico. Sería muy pobre una educación que se limitara a dar información dejando de lado la pregunta acerca de la verdad, de aquella verdad que puede guiar la vida.
La actualidad nos pone a prueba, día a día nos enfrentamos con distintas dificultades en el ejercicio de nuestra profesión, pero si realmente lo hacemos con vocación y dedicación podemos seguir apostando, siguiendo el planteo de Dewey, a presentar un ambiente en el cual a través de su interacción se efectué la adquisición de aquellos significados importantes, instrumentos de aprendizaje ulterior. El método debe ser un elemento que haga eficaz la organización de la materia de estudio. Sabemos que debemos seguir los lineamientos de las políticas educativas de turno, pero siempre es posible organizar las clases de forma tal que podamos incluir las diferencias y sacar beneficios de ello. El perfil del alumno ha ido mutando vertiginosamente, y el universo de los docentes también ha ido incorporando más matices. Los especialistas coinciden en que son múltiples las dificultades que encierra el sistema actual: debilidad de la formación de los docentes, sobredimensionamiento de la oferta de formación docente, mercantilización del sistema de capacitación y falta de contacto con la realidad que se vive en las aulas de los distintos distritos, entre otras. En la docencia como en otras carreras existen muchos profesionales que eligieron este camino por priorizar una rápida salida laboral, pero que sin embargo, no tienen conciencia de la importancia de su formación, de transmitir algo más que conocimientos, del vínculo profesor–alumno, del entusiasmo, la actualización en métodos y estrategias de enseñanza, que son de gran influencia en sus alumnos, dejando huellas. Como exponía en el relato de mi experiencia personal, esa “profe” marco un período de mi formación, me hizo abrir los ojos frente a la realidad, permitiéndome reflexionar, indagar y cuestionar todo lo trabajado, como así también, instaurar eso en mi. Ella es un claro ejemplo de alguien que ejerce su profesión con vocación. Asimismo, hubo otros que solo pasaron por mi período de formación sin dejar rastro alguno. ¿Será que el agotamiento hace que se vaya perdiendo la pasión con la que se enseña? ¿Que la compleja realidad opaca las ganas con las que se va a enseñar? ¿Qué las circunstancias actuales del sistema nos obligan a ejercer de determina forma? ¿Las políticas públicas harán que se pierda el compromiso, el respeto y la dedicación de los docentes? ¿A los futuros docentes los avasallará la realidad del aula y los dichos de los profesores con más experiencia instaurando el miedo a no poder?
Estos son sólo algunos de los tantos interrogantes que se pueden plantear, dejando totalmente abierta la indagación y la reflexión para seguir avanzando en nuestra formación constante, recordando nuestra experiencia y actuando sobre la realidad. Es importante subrayar que el trabajo docente es mucho más que un listado de actividades que cada uno cuenta y realiza con mejores o peores resultados, es también, un conjunto de relaciones: con otros, con el conocimiento, con otras organizaciones e instituciones, etc. que revelan conflictos, controversias y disputas, tornándonos docentes críticos a partir del análisis de nuestro diario actuar en el escenario educativo.

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