sábado, febrero 19, 2011

Vocación, profesionalización docente y autonomía (Analía)

Al igual que muchos especialistas en educación, considero que el aprendizaje o –mejor dicho- la construcción del significado de ser docente comienza mucho antes de iniciar los estudios en el profesorado. Gran parte de nuestras vidas transcurre en instituciones educativas, al menos la escolarización básica que incluye nivel primario y secundario, es obligatoria. En cada palabra, en cada acto, en cada olvido u omisión el docente va expresando lo que para él constituye su ser docente, sus objetivos y expectativas; y los alumnos captan esos significados con mucha más rapidez de la que pueden imaginar los propios educadores. Pasamos horas siendo observadores privilegiados, receptores de demandas, respuestas y especulaciones de los maestros y advertimos con seguridad y suspicacia rasgos de su personalidad, su profesionalidad y su compromiso con la tarea de educar. Intento manifestar algunas de mis ideas sobre la tarea docente, tomando como base mi propia experiencia como estudiante, mí acotada practica como docente y algunos aportes de autores (investigadores, pedagogos y filósofos) sobre el tema. La intención de este ensayo es repensar y reconsiderar nuestras ideas acerca de: qué es ser docente, cuándo y cómo aprendemos a serlo y finalmente cuál es la responsabilidad de nuestro trabajo en las instituciones educativas –formales o informales- como formadores de ideas, opiniones y conciencias. La primera inquietud a la que quiero hacer referencia es si podemos hablar de una “vocación docente”. Muchos autores del área de la psicología advierten una diferenciación muy significativa entre vocación y profesión. La vocación pareciera estar asociada a algo innato en los sujetos, como una misión de absoluta entrega; quizás esta sea la razón por la que solemos asociar a la docencia inmediatamente con la vocación. Socialmente no se cuestiona la profesionalidad de un abogado, de un arquitecto, de un médico; ahora bien, cuando de maestros se trata, se hace referencia al compromiso, la bondad, la entrega, la generosidad, la amorosidad y pocas veces a la capacidad de planificar, tomar decisiones con cierta autonomía y concretar propósitos y objetivos. Cuantas películas, telenovelas, cuentos y hasta libros de pedagogía, representan al docente como un apóstol, un ser que nace con una vocación bien definida: educar a los demás, enseñar, transformar el mundo. Esta manera de personificar y sacralizar al maestro tiene una fuerte carga ideológica; ya que si el docente enseña por amor al prójimo, debe trabajar por amor al arte.
Otra de las cuestiones para analizar es que: pareciera que su rol se debe restringir a ser un transmisor de conocimientos, así el docente tiene una batería de métodos, estrategias y habilidades que le permiten enseñar –casi inocentemente- ciertos contenidos que domina a la perfección, pero que no ha creado. Este saber –que sobre todo en la enseñanza media y superior se acota a la especialización en una disciplina- es el que mediará el vínculo entre docente y alumnos. En cambio, cuando pensamos en la actividad de un profesional, damos por sentado que posee un alto grado de conocimientos sobre su disciplina que lo habilita a llevar a cabo su tarea con absoluta destreza y autonomía, con las que determina las reglas de su propio trabajo y en el camino crea y recrea su propio saber. Además la profesionalidad remite también a la capacidad de evaluar el propio trabajo, de sacar conclusiones y así poner en duda ideas previas; actividad que los docentes deben realizar constantemente. Hecha esta distinción del orden de los significados que le atribuimos a la profesión y a la vocación; podemos decir que no son términos contradictorios o dicotómicos; sino que se complementan. Muchos orientadores vocacionales aseguran que la vocación (que en latín vocatio significa llamado) es un proceso que se desarrolla a la largo de toda la vida del individuo (de esta manera no sería una cualidad innata) y que es el resultado de sus experiencias, en las que intervienen anhelos, deseos, expectativas, sueños, etc. y que la profesión –en el mejor de los casos- es la concreción y la elección de una carrera, conforme a la vocación y las motivaciones personales del sujeto. Emilio Tenti Fanfani1 menciona en uno de sus trabajos de investigación que “La docencia, como categoría social, tiene la edad del Estado nacional y el sistema escolar moderno. Ser maestro es una construcción social estatal.” A partir de esta idea el sociólogo analiza las luchas de poder y el entramado de intereses que se ponen en juego en la definición social del ser docente y en los cambios que ésta atraviesa cuando en la actualidad las funciones del Estado se desdibujan y la tarea del docente parece quedar a la deriva. No es lo mismo –aunque cotidianamente lo hagamos- hacer referencia a un pedagogo, un maestro/a, una señorita, un profesor/a, un coordinador o un docente. Ya que cada atributo responde a una forma de entender la tarea docente, de calificar su desempeño, su forma de actuar con los alumnos y el lugar que ocupará en el proceso de enseñanza. Conocido por todos es que en la actualidad muchas cuestiones se han modificado en el ámbito escolar: la función de la escuela hoy es fuertemente asistencialista, la selección de los contenidos y la estructuración del curriculum se ha adaptado a las demandas del mercado y con ello la tarea del docente ha mutado. Algunos –quizás los que poseen una mirada simplista y reduccionista de la cuestión- plantean el quiebre, la disolución de la tarea docente; porque ya no cumple las funciones que claramente se explicitaban en los comienzos de la formación del sistema educativo. En cambio proponen un docente que cumpla el rol de guía, acompañante, coordinador, asistente, que tiene como función primordial contener a sus alumnos. Distinta es la concepción del pedagogo brasileño Paulo Freire, que comenta al respecto: “(…) toda educación es directiva. No existe educación no directiva, porque la propia naturaleza de la educación implica la directividad. Pero, no siendo neutro el educador, siendo directivo en su rol de educador, esto no significa que deba manipular al educando en nombre del contenido que el educador sabe a priori… el hecho de que la educación sea por naturaleza directiva no debe llevar al educador a tener una posición espontaneísta.” Y continua más adelante: “Yo siempre afirmo: el educador no es igual al educando. Cuando uno como educador, dice que es igual a su educando, o es mentiroso y demagógico, o es incompetente. Porque el educador es diferente del educando por el hecho mismo de que es educador. Si ambos fueran iguales, uno y otro no se reconocerían mutuamente.”Considero que son importantes y pertinentes las aclaraciones de Freire, ya que se han realizado muchas interpretaciones –algunas muy erradas- sobre la tarea docente en nombre del modelo pedagógico transformador. Educador y educando no cumplen la misma función en el proceso de enseñanza-aprendizaje, que es directivo y está mediado por un saber, un contenido específico. Cuando se aborda el tema de la profesionalización de la tarea docente, inevitablemente se hace referencia a la cuestión de la autonomía. Ahora bien, la pregunta que debemos hacernos es: ¿de qué hablamos cuando planteamos la necesidad de un docente autónomo?, autonomía ¿para hacer qué? Libertad, autonomía, igualdad, independencia son conceptos que fueron adquiriendo distintos matices desde la modernidad hasta nuestros días. Hoy en la era de la globalización, del neoliberalismo económico y político, del neocolonialismo, de los híper avances tecnológicos y científicos, nos aseguran que somos completamente libres de hacer lo que queramos (de “consumir libremente” lo que nos gusta o hasta lo que no nos gusta), en la era de la desterritorialización del poder nadie parece regular, intervenir, ni dominar, no hay rostros visibles que tomen las decisiones y se hagan cargo de ellas. Lo mismo ocurre en el ámbito de la docencia: ¿Quiénes toman las decisiones macro que configuran los sistemas educativos? ¿Quiénes proponen lo que el docente debe o no debe hacer? Allí –a mi entender- es donde aparece el tramposo discurso de la autonomía. Ser autónomo requiere un trabajo reflexivo y constante desde los inicios de la formación docente y luego durante el ejercicio cotidiano en las aulas. Myriam Feldfeber argumenta al respecto “(…) La autonomía, al transformarse en un tema de legislación y prescripción, más que posibilidad de construcción colectiva constituye un cerco que limita el accionar docente”. Considero- al igual que la autora- que ser libre y autónomo no es algo que pueda imponerse, prescribirse o decretarse, al contrario, debe surgir de una necesidad, de un deseo propio. Debemos crear espacios de reflexión y formación para que nosotros –los propios docentes o estudiantes- discutamos la necesidad de pensarnos como profesionales y trabajadores de la educación. En un contexto escolar donde los docentes están alienados y aislados: ¿Es posible hablar de autonomía docente? ¿Se refleja en el accionar cotidiano la vocación de los docentes? ¿Pueden gestarse espacios de reflexión acerca de la necesidad de profesionalizar la tarea docente? Primeras conclusiones Como dije al inicio de este escrito creo que comenzamos a constituirnos como docentes mucho antes de ingresar al profesorado o al magisterio. Lo interesante de poner en duda nuestra vocación, nuestra necesidad de percibirnos y accionar como profesionales responsables y autónomos es que nos permite repensar nuestros objetivos, la responsabilidad de nuestra tarea, la importancia de formarnos y cuestionarnos constantemente. La autonomía sólo es propicia si es un sentimiento verdadero que se traduce en nuestro accionar diario, teniendo conciencia del alcance de nuestra labor y del carácter fundamentalmente político y democrático del acto educativo. Pensemos críticamente la realidad social, cuestionemos nuestras significaciones y reconsideremos nuestra vocación y nuestros pensamientos; creo que ésta es la única forma de ser un poco más libres y profesionales en nuestro desempeño como educadores. Entiendo que el análisis siempre debe ser desde la complejidad, no nos conformemos con respuestas simplistas y elaboradas por otros – a veces híper especialistas en la materia- que no conocen la realidad de los estudiantes, ni las dinámicas de poder que estructuran las formas de accionar y relacionarse en los ámbitos educativos. A mi entender, los docentes no son coordinadores ni acompañantes, son docentes; y como tales tienen a su cargo la tarea de educar; con todas las responsabilidades que ello implica. Sólo nos resta tomar conciencia de ello y crear espacios participativos y dinámicos –desde los inicios de la formación- que permitan compartir, socializar y reflexionar: ¿En qué consiste la tarea de los docentes? ¿Cuáles son nuestros propósitos y expectativas? ¿Qué esperamos de nuestros alumnos? ¿Cuál es el alcance de nuestra tarea en las instituciones educativas? ¿Por qué es necesaria una formación continua y actualizada?; en definitiva ¿Qué entendemos por nuestro ser docentes? Necesitamos poner el énfasis en el factor humano de la transformación educativa, sin dejar de lado las cuestiones técnicas como puede ser la planificación, los métodos y la selección de contenidos; reflexionando sobre la situación actual de educadores y educandos de los distintos contextos educativos, que viven distintas realidades sociales.

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