sábado, febrero 19, 2011

Docencia, rol e identidad (Andrea)

Los profundos cambios sociales, el aumento en las demandas, las desfavorables condiciones de trabajo, la pérdida de prestigio social o frecuentes casos de insatisfacción con la tarea, dejan su huella en la construcción de la identidad profesional de los docentes. La complejidad del mundo social se refleja en la profesión docente volviéndola un oficio de incertidumbre, pero también de nuevas posibilidades y responsabilidades.
El cambio social es un elemento central para entender los problemas de la identidad docente. Los cambios sociales transformaron el trabajo docente, su imagen y la valoración que la sociedad hace de su tarea. La relación docente-alumno se tornó conflictiva en términos de autoridad y disciplina. Lo que hace aún más difíciles las diversas tareas que el docente debe desempeñar. El rol docente aparece fragmentado. A su vez, las transformaciones del sistema educativo y la falta de formación de nuevos retos (A saber, la articulación entre teoría y práctica en los centros de formación docente) lleva al docente a hacer mal su trabajo enfrentándose a una crisis generalizada que considera a los docentes como únicos responsables universales de todas las fallas del sistema de enseñanza.
Este trabajo está orientado a indagar la complejidad del trabajo docente inscribiéndolo en el nudo de las transformaciones políticas, sociales y culturales que hoy vivimos. Se pretende analizar la conformación de la identidad docente y, cómo esta sufre transformaciones en relación al contexto en el que se desempeña la labor.
LA PROFESIÓN DOCENTE Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD
La construcción de la identidad profesional se inicia en la formación inicial del docente y se prolonga durante todo su ejercicio profesional. Esa identidad no surge automáticamente como resultado de un título profesional, por el contrario, es preciso construirla. Esta construcción requiere de un proceso individual y colectivo de naturaleza compleja y dinámica, lo que lleva a la configuración de representaciones subjetivas acerca de la profesión docente. La identidad docente es tanto la experiencia personal como el papel que le es reconocido en una sociedad.
Las identidades docentes pueden ser entendidas como un conjunto heterogéneo de representaciones profesionales y como un modo de respuesta a la diferenciación o identificación con otros grupos profesionales.
A su vez, se presenta con una parte común a todos los docentes, y con una parte específica, en parte individual y en parte ligada a los contextos diferenciales de trabajo. Se trata de una construcción individual referida a la historia del docente y a sus características sociales, pero también de una construcción colectiva vinculada al contexto en el cual el docente trabaja. La identidad del docente forma parte de su identidad social y se concibe como la definición de sí mismo que él hace. Los cambios y expectativas sociales trasladan a los docentes desde verse como reproductores y/o transmisores de conocimiento hacia constituirse como profesionales que deben ofrecer a los estudiantes experiencias formativas que les permitan aprehender, aprender a aprender, aprender a ser y aprender a hacer; desde verse como ejecutores de prescripciones diseñadas por agentes externos hacia convertirse en los conductores de su saber y hacer profesional. Si a esto se le suma la creciente preocupación de la sociedad por mejorar la calidad de la educación, los docentes continuamente están redefiniendo su rol, su identidad profesional, su práctica; una reconstrucción continua de la profesión docente que se realiza en el ejercicio diario, en el trabajo cotidiano. Por lo tanto, el docente es concebido como un actor fundamental del proceso educativo, sobre quien descansa la transmisión y reconstrucción del conocimiento, que permite al individuo que se forma relacionarse con el legado de la humanidad y desarrollar las comprensiones que la transformación de la sociedad demanda. El rol docente va asociado a la función social que en cada momento histórico le asigna el sistema educativo; entonces se tendría que considerar que la identidad del docente se va conformando a partir de una estructura que le otorga su sentido y direccionalidad. Sin embargo, las situaciones de cada escuela, espacio de significación de la práctica docente, son a su vez diversas y complejas. Afirmar ese rol protagónico en la educación significa reconocer la institución educativa y, particularmente, el aula de clase (lugar donde el docente se desempeña) como espacios de materiales simbólicos de distribución y recreación del saber, como espacios vivos de interacción, donde se ponen en juego los múltiples factores y condiciones que facilitan la enseñanza y el aprendizaje o generan problemas relacionados con ellos La construcción de la identidad profesional y su posible choque con la realidad refiere también a la imagen social que tiene para la sociedad en general. Las expectativas y realidades, estereotipos y condiciones de trabajo, contribuyen a configurar el auto concepto, autoestima y la propia imagen social. Es difícil medir el reconocimiento de una profesión por parte de la sociedad y más aún su prestigio social. En general, se dice que una profesión goza de cierta valoración social cuando sus representantes ofrecen un servicio que la sociedad aprecia y considera importante. Además, la opinión pública estima que este reconocimiento debería recompensarse con un nivel salarial acorde con el trabajo que desempeña.
Un factor importante a considerar con respecto a la situación docente, es el respeto que gozan los educadores en la sociedad en general y, en particular, por parte de los alumnos, porque de ello dependerá que encuentren más o menos dificultades en el desarrollo de sus tareas. En la sociedad tradicional, el rol estaba definido con claridad. Pero esto ha cambiado en nuestros días. En la institución escolar se ha producido un pasaje desde una alta valoración social hacia una baja valoración del rol docente. A principios del siglo XX, pertenecer al sistema educativo (ser maestro o profesor) era un verdadero privilegio, que permitía la incorporación a un ámbito respetable y prestigioso, con posibilidades de autorrealización y pertenencia significativa. Hoy, en cambio, el trabajo docente ha sido calificado como un trabajo de riesgo, participando de casi todos los indicadores de fatiga nerviosa que se consideran habitualmente sobrecarga de tareas, bajo reconocimiento social, atención a otras personas, rol ambiguo, incertidumbre con respecto a su función, falta de participación en las decisiones que le conciernen. En los últimos años la sociedad hace una crítica generalizada del sistema de enseñanza.
Los medios de comunicación suelen transmitir una imagen negativa de la realidad de la enseñanza y de la actuación de los docentes.
LA CRISIS DE LA IDENTIDAD DOCENTE
La crisis de la identidad surge de la tensión entre el profesor ideal y el profesor real, entre lo que se espera que sea y realice y lo que efectivamente es y puede hacer. Las nuevas demandas y conocimientos sociales inciden en la demanda de una redefinición del trabajo docente, de su formación y de su desarrollo profesional. Los roles que tradicionalmente han asumido los docentes, enseñando de manera conservadora un currículum caracterizado por contenidos académicos, hoy resultan inadecuados. La crisis de identidad por la que transitan los docentes se inscribe en un cuadro de transformaciones sociales y mutaciones de las sociedades modernas. La escuela entra en crisis y también lo hacen los docentes. Las reformas educativas de las décadas de los ’80 y ’90, así como las nuevas demandas sociales y educativas, cambiaron el escenario de acción docente y provocaron reformulaciones diversas del ejercicio profesional. Ante esto, ser maestros en tiempos de incertidumbre representa el reto de replantear la identidad que ha sido interpelada por el propio discurso posmoderno. Ser docente es este contexto implica asumirse desde el riesgo de un mundo cambiante e inestable, con sujetos cada vez más abiertos, más complejos que suelen interpelar el discurso autoritario y a cuestionar la rigidez de las instituciones que se limitan a controlar, vigilar y castigar.
Los educadores tienden a ser cuestionados en torno a su hacer y a los resultados de su acción, en un mundo que exige rendición de cuentas, menos simulación y más transformación.
CONCLUSIÓN
La identidad docente es una construcción dinámica y continua, a la vez social e individual, resultado de diversos procesos de socialización entendidos como procesos biográficos y relacionales, vinculados a un contexto (socio-histórico y profesional) particular, en el cual esos procesos se inscriben. Las nuevas reformas educativas, el aumento de demandas por parte de los padres y alumnos, junto con unas condiciones de trabajo poco óptimas (masificación de las aulas, violencia, carencias de todo tipo, bajos salarios, et.) son considerados como obstáculos que restringen el desempeño, y modifican el rol y la práctica docente. La docencia es hoy un trabajo en el que recaen grandes expectativas y, a la vez, grandes cuestionamientos. Con respecto a las expectativas, se cree que la docencia será capaz de resolver enormes tareas sociales: la transmisión de saberes, adquisición de hábitos, asistencia afectiva, etc.
Los nuevos escenarios con los que se encuentra el docente afectan negativamente su bienestar físico y psicológico, restringen su desempeño laboral, desarrollando desgaste y estrés, generando mayores posibilidades de agotamiento físico y emocional, que limitan de manera importante el entusiasmo y creatividad de su quehacer.

Profesión o vocación docente (María Belén)

Valentina tiene 15 años, actualmente se encuentra cursando el tercer año de la escuela secundaria. Todos los días se detiene a observar los comportamientos de tres de sus profesoras: una de ellas dicta Historia, otra Matemática y la tercera Francés. Valentina ha cursado estas asignaturas desde el primer año de sus estudios secundarios con las mismas docentes, y desde ese entonces observa que la relación de cada una de ellas con el curso es totalmente diferente. Esta situación logra llamar la atención de la estudiante, y es así como decide llevar a cabo una observación sistemática de estas tres docentes. Las anotaciones de Valentina decían lo siguiente:
- María, la profesora de Historia, tiene muy buena relación con nosotros y la confianza es lo que caracteriza a esta relación. Siempre nos escucha: le interesan nuestras inquietudes, aportes e intereses y los utiliza para armar sus clases día a día de manera que resulten interesantes para nuestro grupo en particular. Es paciente flexible y se la ve alegre, con ganas de ayudarnos a aprender y a la vez de aprender de nosotros. Nos enseñó a manejarnos con respeto, eso es fundamental para ella. Discutimos todo juntos y a partir de ahí tomamos muchas decisiones en torno a la cursada, pero siempre respetándonos los unos a los otros. En cuanto a su enseñanza, logró que pudiéramos aprehender el contenido y hasta que nos interesara la historia. Una materia que veíamos aburrida y tediosa se tornó interesante. Lo curioso es que al preguntarle a la profesora cómo había llegado a la docencia ella me respondió: “cuando era chica tenía el sueño de ser bailarina, pero con el pasar de los años no tuve la oportunidad de concretarlo. Al salir del secundario no tenía ninguna inquietud en cuanto a la carrera que podría seguir, pero mis padres me exigían que siguiera estudiando. Para conformarlos, seguí a una compañera a la que le interesaba mucho hacer el profesorado de Historia y fue ese mi primer contacto con lo que es la profesión docente. En el transcurso de mi carrera me di cuenta de que la docencia era mi verdadera vocación, estaba fascinada con todo este mundo que por un lado era novedoso, pero por el otro me hacía sentir como si estuviera en casa. Hoy en día estoy muy agradecida de poder haber estudiado y poder trabajar haciendo lo que realmente me hace feliz, es por eso que realizo mi trabajo de todos los días con gran entusiasmo”.
- Marta, la profesora de Matemática, parecería ser el polo apuesto a María. No se comunica con el grupo, sólo llega a clase y hace “lo suyo”. Parece un robot, siempre mantiene la misma cara (como si estuviera triste o en un lugar en el que no quiere estar), los mismos gestos y nunca modifica su rutina ni dice una palabra de más. Da sus clases mecánicamente: dicta la lección del día sin dejarnos hablar, no le interesan nuestras preguntas ni lo que podamos llegar a opinar. Todos los años dicta la materia de la misma manera, como si siguiera un manual al pie de la letra para no tener que pensar y repensar su práctica. Cuando aparece una situación que no le agrada simplemente nos ignora, ni siquiera nos reta, tal vez así demostraría un poco más de interés en nosotros. Matemática se convirtió en la asignatura más odiada por nuestro curso; es un pesar para nosotros tener que entrar en el aula en esas horas.
Un día tomé coraje y me animé a preguntarle a Marta cómo había llegado a la docencia y me llevé una gran sorpresa. Ella me respondió: “desde que tengo uso de razón ser docente era mi mayor sueño. El único juego que me gustaba realmente era el de hacer de maestra. Este interés lo mantuve hasta terminar mis estudios secundarios, de hecho cada vez me interesaba más la docencia, es por eso que sentía con seguridad que era mi verdadera vocación. Lo que sucedió luego fue que terminando la carrera empecé a notar que cada vez se me sumaban más rasgos que no me gustaban, pero como estaba muy avanzada decidí terminar mis estudios. Una vez que conseguí trabajo en algunas escuelas sentí definitivamente que ser docente no era lo mío: no me interesaba compartir mis conocimientos y no soportaba relacionarme con los niños y adolescentes, pero no tenía otra alternativa; tenía que pagar un alquiler, ya era grande y tenía demasiadas obligaciones como para ponerme a estudiar otra carrera. Por eso hoy en día ser docente lo tomo como cualquier otro trabajo, me sirve para pagar mis deudas al tiempo que trabajo pocas horas y gano un buen sueldo”.
- Graciela, la profesora de Francés, tiene una relación fluida con nosotros aunque a veces se enoja con facilidad. Se la ve muy apasionada cuando enseña su asignatura, pero hay algo que me inquieta: por un lado se interesa mucho en que aprendamos el idioma, pero por el otro parecería ser que la materia es más importante que nosotros, es decir, me da la sensación de que nos enseña a nosotros porque fuimos los primeros que se le cruzamos en el camino, pero trabajaría de cualquier cosa que estuviera relacionada con el idioma francés.
Conversando con ella me dijo lo siguiente: “cuando comencé la escuela secundaria me tocó en el sorteo de idiomas, francés. Hasta ese momento no tenía ninguna vocación en mi vida, pero esa experiencia fue reveladora para mí: ¡la relación entre el amor a una asignatura y la docencia era perfecta! Me resultaba hermoso poder transmitir todos mis conocimientos, compartirlos con otras personas, sentía que era mi misión en la vida. En fin, hoy en día soy feliz con mi trabajo ya que puedo concretar todos los días mi verdadera vocación y eso me llena de orgullo”.
Nunca me terminó de cerrar porqué la profesora de Francés no plasmaba en su práctica el amor que sentía por su vocación docente de la cual estaba tan segura y orgullosa. Con estas observaciones en su haber, Valentina aún sigue sin entender por qué la relación del curso con las docentes resultan tan diferentes, siendo el grupo siempre el mismo. La mayor inquietud que persiste es: ¿De dónde proviene la vocación de enseñar en las personas y que las hace convertirse en docentes? Conociendo el caso de Valentina y sus tres docentes me invaden varias preguntas a las cuales aún no les encontré respuesta: ¿Es la vocación docente una virtud innata? ¿Existe cierta naturaleza o esencia en cada uno de nosotros que resulta necesaria para desarrollar esta virtud? O bien, ¿Cualquiera puede desarrollar la vocación docente si va de la mano de una buena educación? ¿Tiene que ver la elección de una vocación con la calidad de nuestras experiencias educativas? ¿Se puede descubrir tardíamente una vocación en nosotros que antes estaba velada o simplemente aparece en relación a nuestras experiencias?

La vocación docente (Érica)

La palabra vocación es un término de interés tanto para la teología como para las ciencias humanas. La primera denomina a la vocación como una especie de inspiración o llamado interior que busca un determinado estado o forma de vida, por esta razón es muy común que se la asocie al denominado “mandato divino” o al posible “llamado de Dios”. No obstante las segundas hacen hincapié en las disposiciones naturales y en las influencias socio- culturales, que determinan o condicionan la elección de las personas hacia cierto estado, “profesión o actividad humana”. Cualquiera sea la postura adoptada cabe aclarar que éstas definiciones tienen como raíz la etimología de dicha palabra, ésta proviene del latín vocatio, que deriva a su vez del verbo vocare llamar, vocablo originado en la raíz indoeuropea wekw de la cual provienen también voz, evocar, invocar, provocar y vocabulario. Teniendo en cuenta el origen y algunas consideraciones que se hacen respecto de lo que significa la palabra vocación cabe preguntarnos; ¿a qué nos referimos cuando hablamos de “vocación docente”? sobre todo en la actualidad, donde es tan cuestionada la elección de dicha carrera. ¿Existe tal llamado?
Lo vocacional, considero, así como lo entiende S. Rascovan es un campo, ya que su existencia hace suponer un entrecruzamiento de distintas variables intervinientes, tales como factores; sociales, políticos, ideológicos, económicos, culturales y psicológicos. Que inciden y condicionan, aquello que algunos suponen “natural”. No creo que una teoría sea excluyente de la otra, dado que todas esas variables mencionadas dan lugar a que en el futuro aparezca, en algunos individuos, este llamado como algo natural. Que la persona sienta que siempre estuvo en ella esta urgencia interior, esta necesidad, este anhelo que parece estar entramado a la fibra más íntima de nuestro ser, y que sin embargo fue construido en el transcurso de la vida, conformando así u a determinada “identidad” personal. La naturaleza de la vocación siempre se halla ligada al placer y también al amor teniendo en cuenta para éste último aspecto, las reflexiones del pedagogo Paulo Freire cuando hace alusión a la tarea de enseñar como un acto de amorosidad, para él es imposible enseñar, sin ese coraje de querer bien, sin la valentía de los que insisten mil veces antes de desistir. Es imposible enseñar sin la capacidad forjada, inventada, bien cuidada de amar. Como tampoco sin esa pasión que produce conocer y ayudar a conocer al otro. La vocación docente, nace del entrecruzamiento de dichas variables y se convierte en una necesidad interna que exige de capacitarse para transmitir saberes, despertar incógnitas, revelar verdades, producir ansias de conocer; de cuestionar, de descubrir junto a los alumnos nuevas realidades. Es decir que ella tiene un valor tan fundamental que su ausencia haría que la tarea de enseñar se halle completamente carente de sentido. Sabemos que dentro de la docencia existen numerosos ejemplos de quienes se dedican a ella como última opción posible y en estos casos el sentido de la vocación es inexistente, así como también produce consecuencias negativas en quienes deben ser sus receptores. La baja calidad en la enseñanza, es indudablemente una variable que se desprende de la falta de vocación, quienes la tienen cuentan con ciertas cualidades específicas y gozan de ése placer, amor y por qué no también “encantamiento” que provoca enseñar. La labor del docente no sólo se fundamenta en el dominio de todas las técnicas y habilidades de enseñanza; eso no basta para ser un buen educador, también resulta indispensable la presencia de ésta vocación de la que hago referencia. No existe una única forma de pensar o definir lo qué se consideraría un buen docente, ya que cada uno impregna el rol con cualidades particulares, pero la sola presencia de la vocación se considera una parte sustancial para ejercer el rol con éxito; …Mires donde mires, ves piedras en contacto con otras piedras. Y, sin embargo, en esta tierra despiadada, uno roza algo delicado: hay una manera de poner, piedra sobre piedra que revela irrefutablemente un acto humano, totalmente diferenciado del azar de la naturaleza. Existen determinados contextos, en donde es innegable que la presencia de ésta necesidad, llamado, pasión o urgencia interior se hace más fuerte y visiblemente considerable. Un ejemplo de ello es la labor docente en zonas rurales o barrios marginales, donde sabemos la complejidad de llevar adelante la tarea, debiendo desplegar una serie de estrategias para abordar problemáticas que surgen constantemente y que requieren de su intervención. Las demandas que recibe – explícita o implícitamente - son; que este interiorizado acerca de la vida y desempeño de sus alumnos, que responda de manera eficiente ante situaciones inéditas que le presenta el cotidiano, que establezca un vínculo de comprensión y contención. Que se especialice, que se actualice, que considere los déficit y aprenda a trabajar con ellos; partiendo de lo que sí se tiene y no de lo que falta, etc. La vocación como razón de ser emerge continuamente cuando se deben afrontar éstas dificultades. Sin embargo ello no quiere decir que por poseer vocación deban soportar, el desamparo, el olvido y el maltrato que a veces es ejercido por parte del Estado y de quienes son responsables de generar políticas educativas más justas y contemplativas de las necesidades actuales. Si nos remontamos al pasado fueron muchos los pensadores que se han interesado en la actividad docente, tal como San Agustín, en el siglo IV y Tomás de Aquino quienes han dejado diversas e interesantes reflexiones sobre la docencia – sobre el maestro puntualmente – y fueron ellos quienes sostuvieron una idea muy particular referida a “la docencia como un apostolado” , proyectando una identidad profesional vinculada a una especie de modelo ideal, que a mi criterio, se rige según el deber, la abnegación, la entrega absoluta a la tarea, como una misión superior e “incuestionable”. Ésta visión religiosa, tiene aún en nuestros días cierta incidencia. Y creo que éste discurso con el transcurrir de los años ha sido tomado por quienes pretenden negar la calidad de profesión de la tarea. Considero que la idea del apostolado, muchas veces, se contrapone a la de profesionalización docente quitándole a ésta el derecho a reclamar ante lo que se considera injusto y a transformar su práctica como cualquier otro profesional. Hablar de vocación no implica la renuncia a éstos derechos. El docente es un profesional que se encuentra al mismo nivel que los otros, que posee un elevado conocimiento y estatus, que se preocupa por el avance de los contenidos a enseñar, y como tal además, la docencia tiene mecanismos para autorizar a los que pueden ejercer la profesión, determinar los que no la pueden ejercer, y también produce y construye conocimiento haciendo uso del método científico. Finalmente cabe agregar como última reflexión acerca de la docencia, que para poder hablar de verdadera vocación se necesita de un “auténtico deseo por llegar a ejercerla” realizar los estudios necesarios con agrado dedicación y gran empeño por transformar y mejorar su práctica día a día.

Docencia: ¿vocación o profesión? (Mariana)

Elegir una carrera no es un hecho aislado sino un proceso dinámico que implica múltiples aspectos. Una serie de características sociológicas y psicológicas determinan la elección de una carrera y una serie de conflictos, temores, dudas y decepciones prematuras anteceden y devienen de tan difícil toma de decisión. Aunque van indisolublemente unidas, considero pertinente discriminar entre vocación, elección y trabajo profesional. La vocación es “un llamado” por el que el sujeto se siente convocado a realizar algo significativo en la vida. Tiene un carácter imperativo que reclama ser escuchado. A menudo implica una dedicación apasionada y se pone de manifiesto en un esfuerzo mantenido a lo largo de toda la vida. Si bien “el llamado” es sentido como una voz interna, aspectos vinculares con los objetos primarios (generalmente los padres) están es juego desde temprano. Generalmente es en la adolescencia cuando se aproxima la decisiva elección profesional. Otras veces, una auténtica vocación hace eclosión en la mitad de la vida o aún más tarde. No se elige una vocación, la vocación “lo llama” a uno a cumplir su destino: uno elige una carrera tratando de dar cuenta de esa vocación. Una carrera debiera elegirse en función de esas exigencias vocacionales que se imponen pero cada uno tiene una manera singular o personal de asumir esa elección, y la carrera provee los medios necesarios. La profesión le permite a la vocación una instrumentación socialmente adecuada, un trabajo acorde y un medio de subsistencia. El ambiente familiar y social es importante en la manera en que se desarrollará el potencial vocacional. El ambiente familiar y social es importante en la manera en que se desarrollará el potencial vocacional. El desarrollo vocacional es complejo: los deseos parentales muchas veces “entran en juego” y en algunos casos aún antes de nacer el sujeto. También, las identificaciones con los aspectos profesionales de los padres juegan su parte silenciosamente y la vocación funciona como un polo de intereses para el sujeto: inicialmente como metas (que las figuras parentales internalizadas fuerzan a cumplir), y como un principio motivacional infantil que está basado en la obediencia y el sometimiento, la recompensa y el castigo. Si esta situación no se modifica, la profesión elegida puede llegar a ser sentida como un juego cuyo fin en la vida es ser como los padres o como el cumplimiento de un mandato. Pero cuando se inician y suceden las transformaciones adultas (y se modifica la situación anterior), se suman cualidades nuevas a la imagen de los padres, de fidelidad a determinados principios, hacia el trabajo con responsabilidad y entonces la vocación se irá sintiendo no como metas a cumplir, sino como intereses o aspiraciones propias. Elegir significa “optar”, es decir vincularse con una de las alternativas posibles para lograr un fin. La elección de una profesión u ocupación supone un compromiso muy importante en la vida de una persona, el cual está ligado a un proceso de crecimiento y maduración individual y responsabilidad social en la medida que contribuya a la realización personal y al progreso social, cultural, científico, económico y político. El objetivo se cristalizará mediante la inserción en el campo productivo: primero en forma de estudio (período de formación y capacitación) para luego asumir un lugar en el ámbito laboral (trabajo). La elección vocacional implica un proceso evolutivo, es un aprendizaje difícil y complejo en el que necesariamente una persona deberá tomar conciencia en forma progresiva de sí mismo, de sus relaciones con los demás y con el mundo; esta toma de conciencia constituye lo que se denomina “identidad”. Es a través de la trama de relaciones y vínculos que en etapas muy tempranas de la vida se va construyendo, el niño va tejiendo primero con su madre (objeto de deseo y satisfacción) para luego ir extendiendo esos vínculos con el padre y el contexto familiar. Estos vínculos serán los que posibiliten una apertura hacia el afuera socio-cultural. Esta compleja red de vínculos va estructurando al sujeto a la vez que le permitirán ir diferenciándose de los otros y favoreciendo los procesos de adaptación al mundo. En la etapa de la adolescencia, el sujeto reconstruye su propio espacio interior (identidad) y es además el momento de su definición vocacional-ocupacional, como exigencia del contexto socio-cultural. En nuestra sociedad se le exige en este período la elección de una carrera o una definición laboral. Esta situación genera una crisis a la que se conoce como “vital” por cuanto encierra una posibilidad de cambio, de transformación facilitadora del crecimiento y maduración. En una crisis vital se duda, se posibilita una nueva visión de sí mismo y del mundo, lo que conducirá hacia la búsqueda de nuevas respuestas. Cabe destacar que la elección vocacional está determinada por una situación motivacional de búsqueda, respondiendo esta conducta a la satisfacción de necesidades, intereses y expectativas personales y sociales. Elegir una carrera o profesión no es solamente decidirse por una, sino conferirle a esa elección un sentido compatible con los ideales y con las posibilidades personales. Es menester resaltar entonces que la elección de una carrera o el trabajo profesional no implican siempre la vocación de una persona. Para muchos jóvenes la necesidad de una rápida salida laboral, un mandato familiar o una profesión rentable, los motiva a elegir una carrera o profesión que no necesariamente se corresponde con su vocación o sus verdaderos intereses. Es decir, por un lado piensan “qué quiero, me haría feliz o me realizaría” y, por el otro, “qué debería o me permitiría subsistir o auto valerme”. Estas dos posibilidades no tienen por qué ser excluyentes, aunque muchos jóvenes suelen pensar que lo son y que no se pueden llegar a compatibilizar. Quisiera comentar mi historia personal, ya que a través de ella se puede apreciar como la elección de una carrera no siempre refleja la vocación. Antes de ingresar al Instituto Superior del Profesorado “Dr. Joaquín V. González”, cursaba la carrera de Ciencias Económicas en la Universidad de Buenos Aires; por un lado cumplía un mandato familiar, por otro, tenía la ilusión de un bienestar económico y un reconocimiento social. Cuando finalmente desistí de mi futuro como contadora y opté por la docencia, nada de lo anterior tuvo que ver; elegí ser profesora porque sentía (y siento) que estoy convocada para ello, que de este modo puedo realizar algo significativo en la vida, esto no quiere decir que piense que voy a cambiar el mundo, pero sí creo que es la profesión dónde mejor podría desempeñarme. Es por ello que esta elección es para mí como un “llamado”, si bien a lo largo de la carrera se despertaron en mí miedos e inseguridades (más de una vez he dicho: “¿Elegí bien la carrera?”; “A pesar de leer tanto creo que no sé nada como para enseñar”; “¿Seré buena docente?”), puedo afirmar que elegí la docencia por vocación. Habrán otros que elijan la profesión docente no por vocación sino por otros motivos, no los juzgo ni significa que vayan a ser más o menos felices, ni mejores o peores docentes, sólo me interesa destacar que inicialmente no se sintieron convocados, pero puede que en algún momento de sus vidas sí lo sientan o que, como yo, desistan y opten por una profesión a la que sí sientan que son “llamados"...

Docencia ¡vocación y profesión! (Florencia)

“Nunca te quejes del ambiente o de los que te rodean, hay quienes en tu mismo ambiente supieron vencer, las circunstancias son buenas o malas según la voluntad o fortaleza de tu corazón.”
Pablo Neruda.

La vocación se define como la inclinación que tiene una persona hacia alguna profesión o estudio, que exige condiciones y aptitudes especiales, incluso se afirma que determina los rasgos que dicha persona posee.
Toda profesión exige que quien pretenda desempeñarla tenga ciertas características que le permitan desarrollar con la mayor eficacia posible las actividades que forman parte de ella, y por otro lado, poseer ciertas habilidades para solucionar los problemas que pudieran presentársele.
El docente es aquel que enseña o que es relativo a la enseñanza. La palabra docente proviene del término latino docens, que significa enseñar.
La profesión docente es una de las más sensibles a los cambios sociales, políticos, culturales y tecnológicos de las sociedades. Asimismo, tiene el desafío permanente de contribuir con la formación de actores o sujetos sociales que sean capaces de emprender las trasformaciones que vive el mundo. Ante tales exigencias, la profesión docente puede verse en una dimensión justa y real que si bien tiene un alto reconocimiento, éste no significa que la educación es sólo responsabilidad del docente y por ello se piensa en fortalecer el valor formativo de otros actores: líderes comunitarios, políticos, religiosos, comunicadores sociales, etc. En este mismo sentido, quiero destacar la función pedagógica de la profesión docente, que parece diluirse en medio de tantos roles que le impone su ejercicio. En consecuencia, desde mi visión, nuestra profesión es una búsqueda, un encuentro y una construcción que se realiza de manera compartida, que abre espacios para la reflexión y para el diálogo permanente. Hablar de profesión docente nos lleva a reflexionar sobre todos aquellos docentes que ejercen con verdadera vocación, en una realidad en constante cambio y con una actualidad compleja y vertiginosa.
Al recrudecimiento de la pobreza, la incorporación de alumnos a la escuela media, cambios en los modelos familiares, el adelanto tecnológico y la degradación de la figura docente, el recurrente fracaso escolar, la naturalización de los procesos de discriminación social y segmentación estructural al interior del sistema educativo y la adversidad en las que funcionan las escuelas de sectores populares son algunas de las características de la realidad por la que transcurre esta profesión en los tiempos que corren, donde los docentes actúan como mediadores de la educación ciudadana. Y a todo ello considero sumamente importante la carga emocional que implica la docencia, y la consiguiente relación profesor – alumno. El vínculo pedagógico se nutre de la relación humana, se reconoce en el encuentro interpersonal. Donde la emoción es fundamento y condición de posibilidad de lo racional. Es un hecho que cuando no hay vocación el desempeño y el trabajo se dificultan, y los problemas parecen más grandes de lo que realmente son. Por eso la elección de una carrera docente no puede tomarse a la ligera. Haciendo un recorrido por la historia de la educación sabemos que después de siglos de dominio religioso, distintos pensadores comenzaron a inquietarse por cuestiones referidas al conocimiento y método. Como Descartes, Locke y Rousseau. Conforme el pensamiento de John Locke (1632-1704), quien más que un empirista es un moralista, la pedagogía ocupa un lugar importante; otorgándole el autor a la conducta y a la ética más importancia que a la inteligencia y al conocimiento. Señala el filósofo que el objetivo del educador no es la enseñanza de ciertos contenidos, sino que éste debe priorizar la virtud, la formación del carácter y las buenas maneras. Hace también una distinción entre educación e instrucción, entendiendo que el aprendizaje debe dirigirse hacia la vida, no hacia la escuela; por ello rechaza la educación pública, pues no sirve para tal fin. Sin dejar de reconocer su importancia, afirma que la instrucción no puede reemplazar a la educación. Elabora asimismo, un orden de complejidad para adquirir habilidades y conocimientos: se debe enseñar a leer luego que el niño haya aprendido a hablar, inspirándoles el deseo de aprender presentándoles la instrucción como algo agradable, transformando así el estudio en juego. Con el positivismo (“orden y progreso”), con Comte, como principal exponente, el objetivo será la universalización de la escuela, sin exclusiones. Los destinatarios serán todos los individuos, incluyendo la clase proletaria.
Llegamos así al pensamiento de John Dewey (1859-1952), uno de los filósofos contemporáneos que mayor importancia ha dado a la educación, cuyo empirismo fue un intento de dar cuenta de las necesidades prácticas del hombre. Sin prescindir de la filosofía de la educación, puso de manifiesto la estrecha y necesaria relación que existe entre la teoría y la práctica de las cosas. Por su parte, en el ámbito nacional, un análisis sobre el pensamiento pedagógico, nos lleva a resaltar la influencia positivista en los orígenes del sistema educativo (1860 – 1900). Desde muy temprano quedaron planteadas las diferentes alternativas posibles: directivismo, espontaneismo e institucionalización del vínculo de aprendizaje en el proceso de socialización. El sistema educativo tradicional estaba concebido como un sistema de distribución social del conocimiento, según el cual la masa global de la población tenía acceso sólo a un mínimo de enseñanza básica que garantizaba la homogeneidad cultural y una elite accedía a las expresiones más elaboradas. Su tarea prioritaria era formar al ciudadano con un alto nivel de disciplinamiento; sin embargo, con el avance positivista este panorama cambió.
El núcleo central de pedagogos positivistas se movió en estrecha articulación con los establecimientos de formación de maestros por un lado, y con instancias escolares por otro. Estableciendo un grado de correspondencia entre teoría educativa, formación docente y prácticas pedagógicas aplicadas en el aula, permitió un nivel de eficacia satisfactorio. La propuesta didáctica del positivismo tendía a garantizar el progreso individual a través de estrategias que movilizaran las capacidades naturales individuales. Por ejemplo, Carlos Vergara (1859–1929) otorgaba valor educativo a la acción, afirmando que educar es estimular la acción y permitir su desarrollo. Dewey, con mucha más precisión conceptual, otorgaba a la experiencia dos aspectos: uno activo, experimento, y otro pasivo, sufrimiento; en consecuencia, la experiencia será acción y padecimiento. Si la educación ha de ser de, por y para la experiencia, el aprendizaje y la enseñanza efectivos sólo se lograrán a través de la acción directa, puesto que la acción en tanto fuerza en movimiento, resulta la agente de la experiencia. Resulta relevante el papel del método y del programa escolar, como así también capacitar al educador para que logre interpretar y valorar los elementos significativos en el progreso o retroceso educativo Posteriormente, en el contexto cultural del nuevo capitalismo, donde no hay idea de continuidad histórica, la incertidumbre donde el individuo está permanentemente obligado a elegir frente a múltiples opciones, la función de la escuela y de los docentes consiste en la formación de un núcleo estable que permita enfrentar los cambios permanentes a los cuales nos somete la producción cultural. La oferta de los medios de comunicación supone que los usuarios tengan categorías y capacidades de observación, de clasificación, y de comparación, necesarias para procesar e interpretar el enorme caudal de datos que se encuentran a nuestra disposición. Se podrían plantear dos pilares de la educación del siglo XXI, como lo menciona Juan Carlos Tedesco, “aprender a aprender y aprender a vivir juntos”. Ello supone introducir en la escuela el desarrollo de experiencias que no se producen naturalmente sobre la vida externa. Aprender a aprender implica un esfuerzo de reflexión sobre las propias experiencias de aprendizaje que no pueden desarrollarse sin una guía, sin un modelo, que sólo la actividad educativa organizada puede proporcionar. Aprender a vivir juntos, por su parte, implica vivir experiencias de contacto con lo diferente. Sin dudas los tiempos cambian, a veces no se si para bien o para mal. La celebración del Día del Maestro me retrotrajo a la adolescencia y a la influencia en la que muchos “profesores” marcaron mi vida. Recuerdo el respeto que sentía por aquella docente, temblaba ante la idea que tomara prueba y no supiera, por haberme quedad jugando en casa. Si venía una mala nota, la que sufría el castigo era yo. No tengo recuerdo de algún episodio en que mis padres hayan ido a increpar al docente por haberme reprobado injustamente, como pasa hoy. Pero aquella profesora de historia tenía algo diferente, no sólo iba por un salario, sino que transmitía entusiasmo. Todo lo salpicaba con una cuota de humor y simpatía. Lo que quiero resaltar con esto es el vínculo que se produce entre alumno y profesor, a través del conocimiento, cuando quien enseña lo hace con pasión, vocación y sabe contagiar su entusiasmo. Educar no sólo es transmitir conocimientos, es enseñar una cosmovisión de la vida y del mundo, es ayudar a abrir los ojos para saber mirar, es transmitir valores y convicciones. Por eso me parece espectacular haber tenido la dicha de aprender de verdaderos maestros, de los que me sentí discípulo, a quienes admiré y a quienes cansé a preguntas, porque cada respuesta suya me abría a nuevos desafíos y a nuevas inquietudes. ¿Y qué pasa con los alumnos? Se puede estudiar para zafar, como dicen los chicos. Pero, como con todas las cosas arduas en la vida, si uno se esfuerza, alcanza algo inesperado. Si existe placer en gozar de los bienes materiales, existe también un placer intelectual: el del conocimiento, y su búsqueda es "la verdad". Las nuevas tecnologías podrán dar millones de datos, pero sólo el esfuerzo por saber y alcanzar la verdad podrá hacer aprovechar lo que sabe un "maestro". En el maestro verdadero encontraremos la cercanía y la confianza que nacen del amor, porque todo verdadero educador sabe que para educar debe dar algo de sí mismo. Sólo así puede ayudar a sus alumnos a superar los egoísmos y capacitarlos para un amor auténtico. Sería muy pobre una educación que se limitara a dar información dejando de lado la pregunta acerca de la verdad, de aquella verdad que puede guiar la vida.
La actualidad nos pone a prueba, día a día nos enfrentamos con distintas dificultades en el ejercicio de nuestra profesión, pero si realmente lo hacemos con vocación y dedicación podemos seguir apostando, siguiendo el planteo de Dewey, a presentar un ambiente en el cual a través de su interacción se efectué la adquisición de aquellos significados importantes, instrumentos de aprendizaje ulterior. El método debe ser un elemento que haga eficaz la organización de la materia de estudio. Sabemos que debemos seguir los lineamientos de las políticas educativas de turno, pero siempre es posible organizar las clases de forma tal que podamos incluir las diferencias y sacar beneficios de ello. El perfil del alumno ha ido mutando vertiginosamente, y el universo de los docentes también ha ido incorporando más matices. Los especialistas coinciden en que son múltiples las dificultades que encierra el sistema actual: debilidad de la formación de los docentes, sobredimensionamiento de la oferta de formación docente, mercantilización del sistema de capacitación y falta de contacto con la realidad que se vive en las aulas de los distintos distritos, entre otras. En la docencia como en otras carreras existen muchos profesionales que eligieron este camino por priorizar una rápida salida laboral, pero que sin embargo, no tienen conciencia de la importancia de su formación, de transmitir algo más que conocimientos, del vínculo profesor–alumno, del entusiasmo, la actualización en métodos y estrategias de enseñanza, que son de gran influencia en sus alumnos, dejando huellas. Como exponía en el relato de mi experiencia personal, esa “profe” marco un período de mi formación, me hizo abrir los ojos frente a la realidad, permitiéndome reflexionar, indagar y cuestionar todo lo trabajado, como así también, instaurar eso en mi. Ella es un claro ejemplo de alguien que ejerce su profesión con vocación. Asimismo, hubo otros que solo pasaron por mi período de formación sin dejar rastro alguno. ¿Será que el agotamiento hace que se vaya perdiendo la pasión con la que se enseña? ¿Que la compleja realidad opaca las ganas con las que se va a enseñar? ¿Qué las circunstancias actuales del sistema nos obligan a ejercer de determina forma? ¿Las políticas públicas harán que se pierda el compromiso, el respeto y la dedicación de los docentes? ¿A los futuros docentes los avasallará la realidad del aula y los dichos de los profesores con más experiencia instaurando el miedo a no poder?
Estos son sólo algunos de los tantos interrogantes que se pueden plantear, dejando totalmente abierta la indagación y la reflexión para seguir avanzando en nuestra formación constante, recordando nuestra experiencia y actuando sobre la realidad. Es importante subrayar que el trabajo docente es mucho más que un listado de actividades que cada uno cuenta y realiza con mejores o peores resultados, es también, un conjunto de relaciones: con otros, con el conocimiento, con otras organizaciones e instituciones, etc. que revelan conflictos, controversias y disputas, tornándonos docentes críticos a partir del análisis de nuestro diario actuar en el escenario educativo.

La profesión docente y sus exigencias (Lorena)

¿A qué hacemos referencia cuando hablamos de profesión docente? ¿Qué tipo de formación contribuye a fortalecer la profesionalización? ¿Cuáles son las exigencias del medio ante esta última? Para comenzar, es pertinente denotar que podemos hablar de profesión docente al menos en dos sentidos. En un primer sentido, podríamos decir que la profesionalización docente implica desarrollar aptitudes necesarias para desempeñar la actividad docente. En un segundo sentido, se podría aludir a la potenciación de los niveles de responsabilidad y autonomía sobre la tarea. Ahora bien, al hacer referencia al tipo de formación que contribuye a fortalecer la profesionalización docente, podríamos preguntarnos si el intentar utilizar las mismas características de la formación de otras profesiones contribuiría a ello. De esta manera, también estaríamos interrogándonos acerca del diseño de trayectos formativos acorde a los requerimientos específicos que plantea la realidad actual. En el discurso el docente es un profesional que se encuentra al nivel de otros profesionales, esto es, que se trata de un trabajo con énfasis intelectual, con reglas claras de funcionamiento, donde existen mecanismos claros de ingreso a la profesión y con un cuerpo de conocimientos propios. Sin embargo, la sociología de las profesiones establece otros elementos característicos de una profesión tales como: el tipo de formación inicial recibida; poseer elevado status; la existencia de un gremio profesional que se preocupe por el avance del corpus del conocimiento profesional; grado académico que habilite para el ejercicio de la ocupación; una determinada proporción entre saberes teóricos y prácticos y los niveles de autonomía-responsabilidad que el ejercicio de la profesión requiera. El tomar en cuenta estas condiciones, nos llevaría a reflexionar si la docencia es o no es una profesión. Y podríamos decir, que a partir de reformas en la formación, se lograría tender hacia los rasgos que atentarían contra su profesionalidad. Esto requeriría, entre otras cosa, una duración mayor de la carrera docente, incluyendo trayectos más complejos, con mayor profundización de aspectos disciplinarios. A su vez, esto aumentaría la jerarquía de la ocupación. Es usual que se tienda a pensar que la complejización de los trayectos formativos traiga aparejado mayor peso teórico en la formación. Este punto, pareciera sustentarse más en la jerarquización social que resulta de un tipo u otro de formación, que en el análisis de los requerimientos de la práctica laboral y la profesionalización docente. En efecto, la percepción pública es que los profesores pueden formarse por fuera de los programas formales. Además, tomando como base las teorías de las profesiones, en aquellas que tienen como objetivo provocar cambios en las personas no es beneficioso atribuir un valor excesivo a la utilización sistemática de un aparato teórico. La tarea docente es una tarea múltiple, que va más allá de la enseñanza, ya que está atravesada simultáneamente por múltiples dimensiones, lo que crea inmediatez y un alto grado de indeterminación e imprevisibilidad en la actividad. Además, conlleva una implicación personal y un posicionarse ético, ya que son muchos los valores que se ponen en juego en la práctica. Tomando en cuenta esto, muchos autores han señalado que el desarrollo de la capacidad profesional, es decir, el logro de las aptitudes que requiere la docencia, se debe postular una formación que habilite para la toma de decisiones permanentes, repentinas, autónomas y situadas. En este sentido, podemos identificar una tendencia que ritualiza o mejor dicho burocratiza el trabajo docente y surge de la vinculación que ésta tiene con los proyectos del Estado. En último término el docente actúa en función de un proyecto estatal-con independencia de que su contrato sea en una escuela pública o en una privada-. Esto es, no existe un ejercicio liberal de la profesión, sino que contrariamente, el docente recibe una serie de prescripciones sobre su desempeño. A modo de ejemplo se puede decir que debe cumplir con tiempo, horario, programas, asentar las calificaciones en determinadas actas, etc. Más allá de todo, lo más grave es cómo el docente ha internalizado el rol de empleado que debe cumplir con las obligaciones contractuales que tiene asignadas. El problema de fondo es que el sentido intelectual y profesional de su labor ha quedado marginado conllevando esto a que la dimensión profesional pareciera sólo reducirse a un discurso. Cabría pensar el hecho de que las profesiones cotidianamente son confrontadas con problemas de una complejidad tal que impide el prescribir anticipadamente una línea de conducta. Los profesionales, más que seguir una línea directiva, van detrás de objetivos basándose en una ética. Es por ello que tienen una inmensa libertad, que a su vez encierra una inmensa responsabilidad. Sostengo que para incrementar los niveles de responsabilidad y autonomía, es indispensable que la formación fortalezca la capacidad de decisión de los docentes en torno a problemas específicos de la práctica laboral. De esta manera, se evitaría responder a una responsabilidad sin la preparación o formación específica, acudiendo a instructivos o modelos de organización del trabajo elaborados por el gobierno o el mercado (por ejemplo: editoriales), y perdiendo autonomía en su trabajo. Una formación profesionalizante debería proveer al docente de saberes teóricos y prácticos en los que pueda basarse al tomar decisiones, que también puedan ser puestas en tensión para reflexionar sobre ellas. Esto implicaría el fortalecimiento de los esquemas de acción, para saber aplicar oportunamente los conocimientos. De esta manera, se contribuiría a reforzar la constitución del hábito profesional y la formación de profesionales reflexivos. Además, una formación profesionalizante debería abarcar un perfeccionamiento continuo, pero no con el objetivo de obtener un postítulo que le otorgue más jerarquía a la ocupación, sino con la idea de que la profesión se fortalece en el marco de la revisión permanente de la práctica. En la actualidad resulta aceptable referirse al trabajo docente como una profesión-y de hecho varios aspectos de su desempeño invitarían a que fuera considerada así- pero otros elementos nos invitar a formular dudas sobre el grado en el que esta actividad reúne las características que permitan considerarla como tal. Más cuando se fue estructurando un campo de la sociología abocado a estudiar las profesiones como grupo social. En este sentido cabe preguntarse hasta dónde la docencia cumple con los elementos que caracterizan a otras profesiones. Finalmente, y ciertamente esto se puede apoyar con más claridad en la llamada sociología del trabajo. Es necesario no banalizar el complejo problema de profesionalización docente y las reflexiones en torno al tema. Creo que las demandas de profesionalización que se demarcan para la formación docente, deben ser exclusivamente de la docente, sin comparación alguna con la formación de otras profesiones. Sostengo esto, porque considero que para la formación docente, se debe reconocer tanto la especificidad como la complejidad que encierra; el valor del saber del oficio, el saber hacer, la invención de lo cotidiano que implica la experiencia docente. Considero al profesor como educador social y como facilitador de las experiencias que permitan a los alumnos su autodesarrollo. Tanto el profesor como el alumno aprenden el uno del otro en un proceso de enseñanza-aprendizaje, y es por ello que la potenciación de la profesionalidad docente también influiría a plantear mejores aprendizajes en los alumnos. A modo de cierre, puedo decir que las demandas del mundo actual (los cambios sociales, los avances científicos y tecnológicos, entre otros) obligan a personas e instituciones a estar en permanente actualización. Los docentes no están ajenos a ésta realidad, es más, como formadores de las futuras generaciones deben hacer una proyección hacia el futuro para así poder guiar a sus alumnos hacia aprendizajes que les resulten útiles. Para lograr esto, se hace necesario una formación que les permita actuar como profesionales autónomos, críticos, acostumbrados a trabajar eficazmente con la diversidad, actualizados permanentemente, haciendo valer sus derechos e intentando cambios para optimizar la tarea. Los docentes deberían ajustar la formación profesional tomando en cuenta las características de la realidad social y ajustándose permanentemente a los cambios de la misma, y es por esto, que la formación también debe ser continua, ya que es vertiginosa al igual que la realidad. La búsqueda de una identidad profesional nueva, autónoma, independiente y libre es un camino hacia el cual debería encaminarse la cuestión.

Vocación, profesionalización docente y autonomía (Analía)

Al igual que muchos especialistas en educación, considero que el aprendizaje o –mejor dicho- la construcción del significado de ser docente comienza mucho antes de iniciar los estudios en el profesorado. Gran parte de nuestras vidas transcurre en instituciones educativas, al menos la escolarización básica que incluye nivel primario y secundario, es obligatoria. En cada palabra, en cada acto, en cada olvido u omisión el docente va expresando lo que para él constituye su ser docente, sus objetivos y expectativas; y los alumnos captan esos significados con mucha más rapidez de la que pueden imaginar los propios educadores. Pasamos horas siendo observadores privilegiados, receptores de demandas, respuestas y especulaciones de los maestros y advertimos con seguridad y suspicacia rasgos de su personalidad, su profesionalidad y su compromiso con la tarea de educar. Intento manifestar algunas de mis ideas sobre la tarea docente, tomando como base mi propia experiencia como estudiante, mí acotada practica como docente y algunos aportes de autores (investigadores, pedagogos y filósofos) sobre el tema. La intención de este ensayo es repensar y reconsiderar nuestras ideas acerca de: qué es ser docente, cuándo y cómo aprendemos a serlo y finalmente cuál es la responsabilidad de nuestro trabajo en las instituciones educativas –formales o informales- como formadores de ideas, opiniones y conciencias. La primera inquietud a la que quiero hacer referencia es si podemos hablar de una “vocación docente”. Muchos autores del área de la psicología advierten una diferenciación muy significativa entre vocación y profesión. La vocación pareciera estar asociada a algo innato en los sujetos, como una misión de absoluta entrega; quizás esta sea la razón por la que solemos asociar a la docencia inmediatamente con la vocación. Socialmente no se cuestiona la profesionalidad de un abogado, de un arquitecto, de un médico; ahora bien, cuando de maestros se trata, se hace referencia al compromiso, la bondad, la entrega, la generosidad, la amorosidad y pocas veces a la capacidad de planificar, tomar decisiones con cierta autonomía y concretar propósitos y objetivos. Cuantas películas, telenovelas, cuentos y hasta libros de pedagogía, representan al docente como un apóstol, un ser que nace con una vocación bien definida: educar a los demás, enseñar, transformar el mundo. Esta manera de personificar y sacralizar al maestro tiene una fuerte carga ideológica; ya que si el docente enseña por amor al prójimo, debe trabajar por amor al arte.
Otra de las cuestiones para analizar es que: pareciera que su rol se debe restringir a ser un transmisor de conocimientos, así el docente tiene una batería de métodos, estrategias y habilidades que le permiten enseñar –casi inocentemente- ciertos contenidos que domina a la perfección, pero que no ha creado. Este saber –que sobre todo en la enseñanza media y superior se acota a la especialización en una disciplina- es el que mediará el vínculo entre docente y alumnos. En cambio, cuando pensamos en la actividad de un profesional, damos por sentado que posee un alto grado de conocimientos sobre su disciplina que lo habilita a llevar a cabo su tarea con absoluta destreza y autonomía, con las que determina las reglas de su propio trabajo y en el camino crea y recrea su propio saber. Además la profesionalidad remite también a la capacidad de evaluar el propio trabajo, de sacar conclusiones y así poner en duda ideas previas; actividad que los docentes deben realizar constantemente. Hecha esta distinción del orden de los significados que le atribuimos a la profesión y a la vocación; podemos decir que no son términos contradictorios o dicotómicos; sino que se complementan. Muchos orientadores vocacionales aseguran que la vocación (que en latín vocatio significa llamado) es un proceso que se desarrolla a la largo de toda la vida del individuo (de esta manera no sería una cualidad innata) y que es el resultado de sus experiencias, en las que intervienen anhelos, deseos, expectativas, sueños, etc. y que la profesión –en el mejor de los casos- es la concreción y la elección de una carrera, conforme a la vocación y las motivaciones personales del sujeto. Emilio Tenti Fanfani1 menciona en uno de sus trabajos de investigación que “La docencia, como categoría social, tiene la edad del Estado nacional y el sistema escolar moderno. Ser maestro es una construcción social estatal.” A partir de esta idea el sociólogo analiza las luchas de poder y el entramado de intereses que se ponen en juego en la definición social del ser docente y en los cambios que ésta atraviesa cuando en la actualidad las funciones del Estado se desdibujan y la tarea del docente parece quedar a la deriva. No es lo mismo –aunque cotidianamente lo hagamos- hacer referencia a un pedagogo, un maestro/a, una señorita, un profesor/a, un coordinador o un docente. Ya que cada atributo responde a una forma de entender la tarea docente, de calificar su desempeño, su forma de actuar con los alumnos y el lugar que ocupará en el proceso de enseñanza. Conocido por todos es que en la actualidad muchas cuestiones se han modificado en el ámbito escolar: la función de la escuela hoy es fuertemente asistencialista, la selección de los contenidos y la estructuración del curriculum se ha adaptado a las demandas del mercado y con ello la tarea del docente ha mutado. Algunos –quizás los que poseen una mirada simplista y reduccionista de la cuestión- plantean el quiebre, la disolución de la tarea docente; porque ya no cumple las funciones que claramente se explicitaban en los comienzos de la formación del sistema educativo. En cambio proponen un docente que cumpla el rol de guía, acompañante, coordinador, asistente, que tiene como función primordial contener a sus alumnos. Distinta es la concepción del pedagogo brasileño Paulo Freire, que comenta al respecto: “(…) toda educación es directiva. No existe educación no directiva, porque la propia naturaleza de la educación implica la directividad. Pero, no siendo neutro el educador, siendo directivo en su rol de educador, esto no significa que deba manipular al educando en nombre del contenido que el educador sabe a priori… el hecho de que la educación sea por naturaleza directiva no debe llevar al educador a tener una posición espontaneísta.” Y continua más adelante: “Yo siempre afirmo: el educador no es igual al educando. Cuando uno como educador, dice que es igual a su educando, o es mentiroso y demagógico, o es incompetente. Porque el educador es diferente del educando por el hecho mismo de que es educador. Si ambos fueran iguales, uno y otro no se reconocerían mutuamente.”Considero que son importantes y pertinentes las aclaraciones de Freire, ya que se han realizado muchas interpretaciones –algunas muy erradas- sobre la tarea docente en nombre del modelo pedagógico transformador. Educador y educando no cumplen la misma función en el proceso de enseñanza-aprendizaje, que es directivo y está mediado por un saber, un contenido específico. Cuando se aborda el tema de la profesionalización de la tarea docente, inevitablemente se hace referencia a la cuestión de la autonomía. Ahora bien, la pregunta que debemos hacernos es: ¿de qué hablamos cuando planteamos la necesidad de un docente autónomo?, autonomía ¿para hacer qué? Libertad, autonomía, igualdad, independencia son conceptos que fueron adquiriendo distintos matices desde la modernidad hasta nuestros días. Hoy en la era de la globalización, del neoliberalismo económico y político, del neocolonialismo, de los híper avances tecnológicos y científicos, nos aseguran que somos completamente libres de hacer lo que queramos (de “consumir libremente” lo que nos gusta o hasta lo que no nos gusta), en la era de la desterritorialización del poder nadie parece regular, intervenir, ni dominar, no hay rostros visibles que tomen las decisiones y se hagan cargo de ellas. Lo mismo ocurre en el ámbito de la docencia: ¿Quiénes toman las decisiones macro que configuran los sistemas educativos? ¿Quiénes proponen lo que el docente debe o no debe hacer? Allí –a mi entender- es donde aparece el tramposo discurso de la autonomía. Ser autónomo requiere un trabajo reflexivo y constante desde los inicios de la formación docente y luego durante el ejercicio cotidiano en las aulas. Myriam Feldfeber argumenta al respecto “(…) La autonomía, al transformarse en un tema de legislación y prescripción, más que posibilidad de construcción colectiva constituye un cerco que limita el accionar docente”. Considero- al igual que la autora- que ser libre y autónomo no es algo que pueda imponerse, prescribirse o decretarse, al contrario, debe surgir de una necesidad, de un deseo propio. Debemos crear espacios de reflexión y formación para que nosotros –los propios docentes o estudiantes- discutamos la necesidad de pensarnos como profesionales y trabajadores de la educación. En un contexto escolar donde los docentes están alienados y aislados: ¿Es posible hablar de autonomía docente? ¿Se refleja en el accionar cotidiano la vocación de los docentes? ¿Pueden gestarse espacios de reflexión acerca de la necesidad de profesionalizar la tarea docente? Primeras conclusiones Como dije al inicio de este escrito creo que comenzamos a constituirnos como docentes mucho antes de ingresar al profesorado o al magisterio. Lo interesante de poner en duda nuestra vocación, nuestra necesidad de percibirnos y accionar como profesionales responsables y autónomos es que nos permite repensar nuestros objetivos, la responsabilidad de nuestra tarea, la importancia de formarnos y cuestionarnos constantemente. La autonomía sólo es propicia si es un sentimiento verdadero que se traduce en nuestro accionar diario, teniendo conciencia del alcance de nuestra labor y del carácter fundamentalmente político y democrático del acto educativo. Pensemos críticamente la realidad social, cuestionemos nuestras significaciones y reconsideremos nuestra vocación y nuestros pensamientos; creo que ésta es la única forma de ser un poco más libres y profesionales en nuestro desempeño como educadores. Entiendo que el análisis siempre debe ser desde la complejidad, no nos conformemos con respuestas simplistas y elaboradas por otros – a veces híper especialistas en la materia- que no conocen la realidad de los estudiantes, ni las dinámicas de poder que estructuran las formas de accionar y relacionarse en los ámbitos educativos. A mi entender, los docentes no son coordinadores ni acompañantes, son docentes; y como tales tienen a su cargo la tarea de educar; con todas las responsabilidades que ello implica. Sólo nos resta tomar conciencia de ello y crear espacios participativos y dinámicos –desde los inicios de la formación- que permitan compartir, socializar y reflexionar: ¿En qué consiste la tarea de los docentes? ¿Cuáles son nuestros propósitos y expectativas? ¿Qué esperamos de nuestros alumnos? ¿Cuál es el alcance de nuestra tarea en las instituciones educativas? ¿Por qué es necesaria una formación continua y actualizada?; en definitiva ¿Qué entendemos por nuestro ser docentes? Necesitamos poner el énfasis en el factor humano de la transformación educativa, sin dejar de lado las cuestiones técnicas como puede ser la planificación, los métodos y la selección de contenidos; reflexionando sobre la situación actual de educadores y educandos de los distintos contextos educativos, que viven distintas realidades sociales.

El arte de enseñar (Paola)

Aquel que desee convertirse en maestro del hombre, debe empezar por enseñarse así mismo antes de enseñar a los demás; y debe enseñar primero con el ejemplo antes de que lo haga verbalmente. Pues aquel que se enseña a sí mismo y rectifica sus propios procedimientos, merece más respeto y estimación que el que enseña y corrige a otros, eximiéndose a él mismo.
Khalil Gibran

Hoy en día en que cada vez se cuestiona más la carrera y la formación docente, y se critica ampliamente la decisión de ser profesor; sería bueno dar una mirada a los motivos, las dudas y las consecuencias de ser profesor hoy. Pero antes de seguir avanzando en el análisis y reflexión de la tematica seleccionada, debemos explicar cuál es el concepto que tenemos acerca de la ‘Vocación’ , palabra que proviene del latín vocāre, que significa ‘llamado’, entiendo por vocación al derecho que todos tenemos a superarnos, a ser más, la convicción de que somos capaces de modificar realidades y hacerlas más favorables para quienes empiezan el camino de la vida. Y en este camino siempre tropezamos con las dudas: ¿cómo voy a ser yo capaz de eso? Quizás una de las respuestas que puedo hallar sería: no, no soy yo, en mi tarea individual, son los niños/ adolescentes/ jóvenes, en constante diálogo, son ellos que despiertan al mundo, ellos que logran crecer, avanzar y desarrollarse, que necesitan un apoyo para volar con alas propias, entonces el docente se transforma en el mediador, el facilitador del conocimiento y el aprendizaje, el que se prepara, estudia e investiga para que sus alumnos aprendan. Al respecto de esta reflexión, puedo considerar algunas consecuencias de ser profesor, como la maravilla, la satisfacción del cansancio, el dolor de la frustración que nos recuerda que cada día podemos aprender algo nuevo, la certeza de que nos desempeñamos en el lugar en que renace la alquimia, donde surge la magia, donde las personas forjan su futuro. En un principio mencionaré a Kant, quien pone un acento importante en la educación en gran parte de sus obras y pensamientos. Para este filósofo alemán, las dos artes más difíciles para la humanidad son la de gobernar a los hombres y la de educarlos, pues en ambos, la naturaleza no nos ha dotado de instinto alguno.‘El hombre llega a ser hombre exclusivamente por la educación; es lo que la educación hace de él. En la educación se encuentra el gran secreto de la naturaleza humana; por ella el hombre puede alcanzar su destino pero, ningún individuo puede alcanzarlo solo. No son los individuos sino la especie humana, la que puede lograr este fin. Dado que el hombre tiene que mejorase a sí mismo, es decir, cultivarse a sí mismo, se ve cuán difícil es la tarea. Ésta se da paso a paso en la medida en que una generación transmite a otra su experiencia. Esto significa que la educación es un fenómeno socio-cultural e histórico de carácter intergeneracional.’
Siguiendo esta línea, puedo pensar que la tarea del docente es una transmisión cultural de valores, experiencias, motivaciones, saberes; pero, sobre todo, poniendo el énfasis en la actitud de aquel que transmite y acompaña al hombre, al joven, en ese camino de conocer el mundo, anexando por parte del que aprende, esfuerzo e interés por el bien del mundo y que sean capaces de concebir un estado mejor como futuro posible, salvando y destacando las virtudes de la especie. Si pensamos en la sociedad actual, en los cambios políticos-económicos que sufren la modernidad y sobre todo la educación, nos podemos preguntar: ¿Qué significa la educación? ¿Qué sentido tiene la educación y qué es lo que implica? ¿Es meramente con el fin de aprobar algunos exámenes y obtener un empleo? ¿Cuál es el rol que cumple el docente en la escuela y la sociedad de hoy? Tanto si somos maestros como estudiantes en formación, ¿no es fundamental que nos preguntemos por qué educamos o se nos educa? ¿Y qué significado tiene la educación en la vida que llevamos? Nosotros generalmente nos preparamos para entender un pequeño rincón de la vida. Aprobamos algunos exámenes, encontramos un empleo, nos casamos, tenemos hijos, y después nos volvemos más y más como maquinas. ¿Es propósito de la educación ayudarnos a explorar, a buscar, lo que cada uno ha sido ‘llamado’, o sólo consiste en prepararnos para un oficio, para el mejor empleo que podamos obtener? Podemos indicar que la finalidad de la educación es la de crear alumnos reflexivos y razonables mediante la enseñanza de habilidades de pensamiento: ‘enseñar a pensar mejor’ se debe enseñar a pensar por sí mismos. El componente principal en la enseñanza del pensar es el establecimiento y el fomento de un ambiente en la clase, en la cual se transforman, cultivan y practican las habilidades, disposiciones y el sentido general del cuidado, constitutivo del buen pensar. Es por ello que lo constitutivo de la comunidad en el aula es la indagación, una comunidad reflexiva formada por individuos comprometidos con la exploración autocorrectiva y la creatividad. Desde mi punto de vista, lo importante sería destacar que en la finalización de una clase ideal, tanto el alumno como el docente, hayan podido modificar algún esquema previo de experiencias, esto sólo ocurre mediante el diálogo, y el intercambio de reflexiones entre ambos. El sujeto que aprende es potencialmente investigador, explorador, por lo cual es un hombre activo. Se sostiene una concepción de sujeto creativo, razonador, seguro de sí mismo, dable para el crecimiento personal e interpersonal, y desarrollador de la capacidad para encontrar sentido en la experiencia, descubrir alternativas, ser imparcial, coherente, capaz de ofrecer razones a favor de las creencias y diversas situaciones que se planteen. Para finalizar este trabajo, reflexionaré acerca de la vocación docente y su vinculación con la filosofía de la educación. La importancia que tiene la filosofía en la educación radica en las habilidades de razonamiento que esta proporciona. Se considera a la educación como una acción eminentemente humana, que establece y produce vínculos humanos, que se lleva a cabo en la cotidianeidad de nuestras vidas y que presenta una potencialidad transformadora de la vida social. El docente es el encargado de aceptar la responsabilidad de despertar la confianza y el cuidado para sentar las bases que constituirán las vías de las experiencias. Es decir, que tiene el compromiso de garantizar que sus alumnos dispongan de los medios, a lo largo de la discusión filosófica para defenderse de sí mismos. El cuidado, el respeto y la confianza del docente es sus estudiantes resguardan los procedimientos de la indagación; es el encargado de ayudar a los niños que entiendan e internalicen, a través de la comunidad, los procedimientos que constituye la investigación.

La vocación docente hace a la calidad de la práctica (Érica)

Así como existen médicos, farmacéuticos, ingenieros, dentistas y abogados mal preparados, también hay docentes en las mismas condiciones. Pero hay muchos casos en que, los docentes, mas allá de haber tenido una buena formación, se muestran apáticos, desinteresados y desanimados. Esta cuestión inevitablemente repercute en el aula. Frente a esto surgen ciertos interrogantes, como, por ejemplo, ¿Qué es lo que en realidad hace a la calidad de la práctica docente? ¿Un buen docente es el más culto o el más comprometido con la práctica? ¿La calidad docente tiene que ver con la formación o con la vocación? El objetivo de este breve ensayo es demostrar por qué la calidad de la práctica docente esta mas ligada a la vocación y al compromiso por la práctica que a la formación académica, culta, etc. Obviamente sin desmerecer a esta última que de todas formas no deja de ser indispensable. Como se sabe, la vocación es el deseo de emprender una carrera, profesión o cualquier otra actividad en la que sintamos mucho placer y pasión en realizar. De tal forma la docencia, debería ser en todos los casos, más que una profesión a la que se recurre como sucede muchas veces porque presupone rápida salida laboral, o porque posee planes de estudios más cortos, etc. La docencia es y debe ser para todo el que la elige una vocación. Ya que tiene una importante misión. Esta misión es la de formar personas, ya sea desde sus primeros años cuando se es maestro de jardín y preescolar, hasta cuando se es adolescente y adulto. Ser docente implica transmitir, enseñar, formar y educar a las personas. Sobre distintas materias, conocimientos y también sobre los valores y principios del ser humano. Ahora bien, no esta de mas aclarar que para poder llevar acabo esta tarea es necesario estar capacitado. Pero justamente la idea que trata de explicitarse en estas páginas es que ésta capacitación no consiste solo en un saber enciclopedista, sino que requiere de
una pasión, de un sentimiento por la práctica, de tener una capacidad de comprometerse con esta. Porque si bien es cierto que el individuo que elige la docencia necesita una formación académica, también es cierto que sino ha surgido en él la vocación que se requiere indispensablemente en esta profesión, los resultados negativos se podrán evidenciar luego en la práctica. Como por ejemplo, el docente que solo se limita a entrar al aula a dar su clase expositiva sin siquiera una mínima participación de los alumnos, sin lograr un vínculo agradable que permita el interés de por lo menos de la mayoría de ellos; y que luego al tomar evaluaciones obtiene solo resultados negativos. De lo mencionado en el párrafo anterior, se desprende la idea de que para ser un buen docente, entendido como un docente con calidad al enseñar, no basta solo con ser una persona culta que sepa expresar sus conocimientos verbalmente, sino que debe necesariamente estar complementando con una serie de cuestiones que están mas ligadas a la vocación y al sentimiento de la docencia. Pues la predisposición a la hora de enseñar es lo que termina por definir la práctica. Ya que toda formación docente que no esté acompañada de una toma de conciencia por parte del individuo, acerca de la responsabilidad que indica la practica docente, no servirá de nada. Desde esta perspectiva un buen docente, con pasión, con placer al realizar la práctica y con compromiso, se diferencia de los demás porque posee ciertas virtudes mediante las cuales se logran menores resultados educativos que en otros casos. Dichas virtudes están íntimamente ligadas ala vocación, al compromiso con el cual el docente lleva acabo sus clases; y como es necesario definirlas se explicitarán a continuación.
Lo que hace a un buen docente. En primer lugar quiero rescatar que un buen docente comprometido con lo que hace y consiente de la tarea que tiene en sus manos, es el que tiene la capacidad de reflexionar sobre su práctica. El que sabe percibir y admitir cuando se equivoca y se esfuerza con sinceridad en considerar que no siempre es el dueño de la verdad y la razón. Por otro lado también es indispensable para lograr la calidad en la práctica saber renovar el sentimiento de entusiasmo e involucrar al alumno a través de la pasión. Tener la mentalidad abierta y acompañar el proceso de construcción del conocimiento, actuando como mediador entre los objetos del saber y el aprendizaje, ser para el alumno su descifrador de códigos.
Otra cuestión ligada a la anterior seria el tipo de concepción que se tiene con respecto. al alumno. Pues no es lo mismo el docente que considera que el alumno debe ser pasivo en las clases, sin tener en cuenta sus conocimientos o ideas, que el que si tiene en cuenta sus experiencias, intereses y su participación. Como también sus opiniones y los saberes que estos ya poseen. Es necesario que el docente sepa mirar a través de los lentes de otros anteojos, que esté preparado para comprender que es imposible que los demás, con perspectivas de vida, edad y sueños diferentes estén siempre de acuerdo con sus ideas y con lo que dice. El buen docente tiene en cuenta que es imposible enseñar algo a alguien si no asocia al nuevo concepto que trae con los conceptos previos que el alumno tiene. Resulta imposible para la enseñanza dejar de rescatar los saberes del alumno presentes en su mundo imaginario, en gustos y disgustos, alegrías y tristezas, sentimientos y emociones. Esto se logra mediante la comunicación con ellos, es por esto que es imprescindible para el educador que sus alumnos hablen, opinen, sugieran, interroguen, cuenten cosas.
Otra característica fundamental del buen docente que pueda justificarse desde la pasión y el compromiso con la práctica es el tener asistencia y puntualidad. Ya que no existe factor mas determinante para el despertar de la indisciplina y la mala disposición de los alumnos en la clase que un profesor que entra al aula cuando los alumnos estaban ya pensando que no venia. El alumno no debe tener motivos para imaginar la falta o esperar que ocurra el retraso para darle lugar al desorden, ala indisciplina, etc. Otro factor clave es saber emplear la voz en un tono correcto; quizá en un tono un poco mas bajo que el habitual. Pues es importante que los alumnos se obliguen un poco a oír. También saber dirigirse a todos en el aula, porque no es positivo dar clases mirando solamente a algunos o al grupo de la primera fila o del fondo. La clase siempre es para todos y la postura del profesor no puede permitir que se dude de esto.
Por otro lado, también está el poseer proyectos de evaluación claros y explícitos, es decir, el docente que se ocupa más por la comprensión y aprendizaje del alumno que por los resultados y nunca hace del examen un instrumento de terror o un arma de coacción.
Un buen docente es también quien sabe desarrollar en los alumnos el autoestima, descubrir el lado bueno del alumno y porque no elogiarlo con moderación. Ya que la autoestima no es un talento que se tiene o no se tiene, muchas veces el profesor es el que mejor puede desarrollarla. También es bueno saber exigir con firmeza, pero si es posible con buen humor la colaboración de todos. El docente con este perfil muestra siempre disposición para mantener la calma y la serenidad, aun en las situaciones más difíciles. Frente a esto es preciso aclarar que no es lo mismo tener autoridad que autoritarismo. El buen docente tiene en cuenta que la tolerancia es importante pero las reglas son las reglas. Ahora bien teniendo en cuenta todo este listado de cosas de las que se hablo anteriormente, debe poder comprenderse que: sí existe un cimiento básico en el que se apoya el punto de partida de una buena práctica docente, ejercida con calidad, que no depende solo de la formación intelectual o académica y la adquisición de conocimientos, sino mas bien tiene que ver con tener “genio” o no para tolerar, aconsejar, comprender, saber reflexionar y mostrar caminos. Es cierto que pueden existir otras cuestiones que también evidencian lo relacionado a la vocación docente y su relación con la calidad en la práctica, es mas, estoy segura que las hay, solo que no serán abocadas en este trabajo.
A modo de conclusión. Si bien enseñar nunca fue un juego fácil, es más probable que le sea mucho más accesible cumplir con las metas propuestas al docente que se encuentra en ese camino por verdadera vocación. El mas beneficiado en esto, más allá de él como profesional, es el alumno. Como se menciona en el desarrollo del ensayo tener la mentalidad abierta, ser para el alumno su descifrador de códigos y receptor de muchos lenguajes, significa establecer límites y edificar democráticamente una interacción en la que, en lugar de la opresión y de la prepotencia se encuentra la dignidad de quien educa. Un buen educador es-y siempre lo será-un buen artesano del futuro y, para eso, tiene que descubrir cualidades, sorprenderse con revelaciones, investigar talentos y esto solo se logra con vocación.
Si pensamos en los profesores que tuvimos, probablemente recordaremos que las imágenes más lucidas y significativas no estaban necesariamente en el más culto, rígido e inaccesible, sino en los que supieron mirarnos a los ojos, escuchar nuestras opiniones y despertar nuestro interés. Pensemos en que el educador despierta respeto e interés en los alumnos no solo por el conocimiento que posee, sino también por la pasión con que lo trasmite, por la organización de su plan de clases, por la coherencia indiscutible de sus preguntas, por la agilidad de las estrategias que aplica, en fin, por el extraordinario profesional que es. Errores y aciertos de los docentes existen y existirán siempre, pero es preciso aclarar
que serán en menor medida si se asume el compromiso con la práctica respondiéndose al ¿por qué? y ¿para qué se quiere enseñar?

Vocación docente (Natalia)

La vocación se define como la inclinación que tiene una persona hacia alguna profesión o estudio que exige condiciones y aptitudes especiales, incluso se afirma que determina los rasgos que dicha persona posee. La vocación de una persona se refleja completamente en su personalidad, viene desde adentro: de sus sentimientos, de sus emociones, de sus deseos y de sus sueños. Una instancia vital para enfrentar grandes desafíos en educación es la vocación docente, la cual influye en gran medida en el constante desarrollo personal, cuyo objetivo es entregar una mejor calidad de enseñanza a quienes son los actores principales de la educación: los alumnos. La vocación, por tanto, se transforma en el pilar fundamental para motivar a quienes elegimos formar personas. Teniendo vocación, los desafíos educacionales se enfrentan de mejor manera, son beneficiados los alumnos cuando esta vocación se vive intensamente, pero, además, el docente se siente satisfecho y autorrealizado. Pensar en la vocación como Freire la pensaba Pensar en la vocación como Freire la pensaba es pensar en la utopía transformadora del mundo desde una educación liberadora y critica. Los docentes comprometidos con dicha educación, deben mantener viva la chispa concientizadora de sus ideas, porque bajo esta idea se considera a la educación como un acto de amor y de coraje. Una pedagogía de la resistencia, que devele la dominación y que colabore con la conciencia ingenua a la conciencia crítica y autónoma, que se convierta, como quería Freire, en una práctica de la libertad. Esta pedagogía identifica los factores de alienación y deshumanización que hay en el contexto socioeconómico y político y la voluntad de compromiso con el cambio de esas condiciones. Reconocen la politicidad de la educación y su carácter de fenómeno social. La pedagogía de Freire es una de las pedagogías que busca su coherencia en el intento de constituirse “desde” y “con” los oprimidos, antes que “para” ellos. Su pensamiento parte de un supuesto básico: La educación como práctica de la libertad. Esta educación esta sustentada por la concepción dialéctica en que educador y educando aprenden juntos en una relación dinámica en la cual la práctica, orientada por la teoría, reorienta esta teoría, en un proceso de constante perfeccionamiento. En este sentido, se propone una educación dialogal y problematizadora como instrumento para la concientización (la elevación de la conciencia ingenua a la conciencia crítica). Lo importante desde el punto de vista de la educación liberadora, no bancaria, es que los hombres se sienten sujetos de su pensar, discutiendo la visión del mundo, problematizando y transformando a través de la praxis su realidad. Los educandos, se transforman en investigadores críticos que están en diálogo con el educador quien también lo es. En la educación bancaria, en cambio, el saber es una donación de aquellos que se juzgan sabios a los que juzgan ignorantes. El educador asume la postura de que él es siempre el que sabe en tanto los educandos son siempre los que no saben. Los educandos reciben los depósitos de conocimiento, que luego, memorizaran, guardaran y archivaran. Aquí se adaptan al mundo de la opresión en lugar de querer transformarlo. En la medida en que esta visión bancaria anule el poder creador de los educandos o lo minimiza, estimulando así su ingenuidad y no su criticidad, satisface los intereses de los opresores. Freire piensa que si bien es necesaria la educación que desarrolle la conciencia crítica ella por sí misma no provoca el cambio social. Aunque, poder conjeturar un mundo diferente, es al menos un primer paso. Alcanzar la comprensión más crítica de la situación de opresión no libera a los oprimidos. Sin embargo, al hacerlo visible se da un paso para superarla, siempre que se empeñen en la lucha por la transformación de las condiciones concretas en que se da la opresión. La educación, como práctica reveladora, no genera por sí sola la transformación del mundo, sin embargo, es necesaria para ella. Y es aquí donde aparece una de las tareas fundamentales de la educación democrática: posibilitar el desarrollo del lenguaje que perfile hacia la transformación del mundo nuevo.
Enseñar y aprender. El educador y educando se encuentran en el camino del conocimiento en una interacción enriquecedora para ambos. Tanto el docente como el alumno, ponen en juego el pensamiento crítico y reflexivo en relación con el objeto de conocimiento. Aquí se promueven propuestas dialógicas, que consisten en la circulación de roles entre educador y educando, basada en la reflexión critica y en la mirada de la realidad
concreta. El educando deberá asumirse como tal, pero asumirse como educando significa reconocerse como sujeto que es capaz de conocer y que quiere conocer en relación con otro sujeto igualmente capaz de conocer, el educador. Enseñar y aprender son así momentos de un proceso: el de conocer.
El educando se torna realmente educando en la medida en que conoce o va conociendo los contenidos, los objetos cognoscibles, y no en la medida en que el educador va depositando en él la descripción de los objetos o de los contenidos. El enseñar y el aprender se van dando de manera tal que por un lado, quien enseña aprende porque reconoce un conocimiento antes aprendido y por el otro lado, porque observando la manera en como el alumno trabaja para aprehender lo que se le está enseñando, el educador se ayuda a descubrir dudas, aciertos o errores. El aprendizaje del educador al educar se visualiza en la medida en qu el educador esta repensando lo pensado. El educador aprende primero a enseñar, pero también aprende a enseñar al enseñar algo que es reaprendido por estar siendo enseñado.
Freire describe variadas virtudes o cualidades que son fundamentales y necesarias para la práctica de un docente, cualidades que son de gran importancia para formar el perfil de un educador y de las cuales un alumno se debe apropiar y vivenciar para ejercer un buen desempeño profesional.
Cada una de estas cualidades destaca el rol que debe cumplir el educador para apoyar al alumno para que éste desarrolle estas cualidades o virtudes, pero también resaltando el hecho que en primer lugar las debe descubrir y vivenciar el propio educador para que su entrega hacia el futuro educador sea absolutamente coherente. Una primera cualidad es la humildad. Esta es una virtud muy importante ya que nos puede alejar o acercar a las personas, es muy frecuente sentir que lo sabemos todo y que somos dueños de la verdad. El educador debe ser humilde con su alumno para escucharlo y admitirlo como un par, como un profesional que solo tiene menos experiencia que él. El educador debe acompañar al estudiante para que durante su proceso de inserción logre cultivar la humildad y adquiera así la seguridad que necesita para lograr su identidad profesional. El educador debe orientar al alumno en su proceso de reflexión para que descubra y comprenda que bajo el autoritarismo impide el acercamiento y la interacción con sus alumnos y, además, dificulta la comunicación.
Otra característica importante que todo docente debe tener en cuenta es la
amorosidad. El educador debe sentir amor por enseñar, debe sentir y vivenciar la vocación, quizás sea ésta entre todas las cualidades la más importante, ya que cuando se ejerce por vocación el amor fluye naturalmente, la afectividad marca la relación y la comunicación entre el educador y sus alumnos y dependiendo de cómo sea ésta se construirán relaciones comunicativas más flexibles e interactivas. El educador debe acompañar al alumno en este duro proceso, puesto que cuando el alumno ejerce su rol de docente por primera vez sin duda siente muchos temores e inseguridades y será labor del educador ayudarlo para que los supere, pero con tolerancia sin la gran pretensión que es un proceso rápido, sino que en este paso la tolerancia adquirirá una gran relevancia al convivir con las cosas diferentes ; no hay que olvidar que el alumno trae una gran cantidad de información producto de su formación y que al interactuar en el contexto educativo en el cual se inserta se encuentra con una realidad totalmente diferente y es en este punto donde juega un papel importante la tolerancia y la capacidad para tomar decisiones para solucionar los problemas que se le presentan con seguridad y justicia. Otra cualidad importante que debe desarrollar todo educador es el equilibrio entre la paciencia y la impaciencia, eso no se refiere nada más que a vivir en armonía y equilibrio, actuando y viviendo “impacientemente paciente” con una actitud alegre y positiva hacia los educandos y hacia el contexto educativo de su comunidad de aprendizaje. El futuro educador por ser principiante en este sistema educativo tiene como característica propia el ser impaciente, por lo tanto esta será una gran tarea para el educador, pues deberá desarrollar un trabajo muy minucioso con su alumno para que éste pueda avanzar en su proceso de inducción al sistema con paciencia.
Para concluir este reflexión sobre las principales cualidades o virtudes, podría decirse que a pesar de que el educador se desempeñe en contextos educativos difíciles, donde su labor no es reconocida, ni sus cualidades son valoradas, éste nunca debe olvidar que en su opción de vida eligió ser educador y que para ello debe desarrollar ciertas virtudes que le permitirán llevar a cabo sus tareas y, por tanto, construir su propia identidad profesional. Debe re-encantarse todos los días con su vocación y por sobre todo enseñar con tolerancia, con equilibrio entre la paciencia y la impaciencia, venciendo sus temores con una actitud humilde y a la vez ser capaz de tomar decisiones con seguridad. El educador de hoy, quizás enfrenta muchas más dificultades que el educador de ayer, ya que éste está inmerso en un sistema educativo con muchas exigencias y desigualdades que por ende crea sentimientos de descontento y desencantamiento en los
futuros docentes. Es en esa realidad a donde llegan los futuros docentes, por lo tanto el educador debe ser muy afectivo y amable para orientar a su alumno, para que de esta forma éste se encante con su vocación y para que descubra el amor por enseñar y que además ésta entrega sea venciendo sus temores, siendo valiente en su actuar, ya que para superar los miedos y nudos críticos se necesita de mucho valor. Sabemos que la educación no es la única transformadora del mundo, aunque bien sabemos que los cambios del mundo son un quehacer educativo en si mismo. Toda acción educadora persigue algún fin. Pero esto no significa que el educador imponga su propia opción, lo cual implicaría una actitud autoritaria, sino que educadores y educandos tienen derecho a tener su propia visión del mundo.
La acción educativa pretende la formación docente permanente (su actualización) y la reflexión sobre la práctica cotidiana. El proceso de enseñar, que implica a la vez el proceso de educar y, también, de aprender, contiene la búsqueda de conocer. Es por ello, que una de las razones de quien quiere hacerse educador, es la disposición a la pelea por la defensa de sus derechos. Algo tan importante como esto es pensar la práctica como la mejor manera de perfeccionar la práctica misma. El educador aprende al enseñar, si es humilde y está dispuesto a repensar lo pensado y revisar sus posiciones, a aprender de sus alumnos, esto no implica que se no se capacite responsablemente.
Si bien el que enseña es el educador, esto no significa que pueda enseñar lo que no sabe, su responsabilidad es prepararse. Debe estudiar quien se prepara para la tarea docente y quien ya lo es rehacer su saber para enseñar mejor. La idea es poder hacer una lectura crítica de nuestro propio quehacer. Muchas veces, suele suceder que durante nuestra preparación ante determinados obstáculos que se nos presentan retrocedemos. Este es uno de los errores que podemos cometer mientras nos preparamos para ser docentes. La vocación como parte de las vivencias de un sujeto no permanece inalterable en el tiempo. Se reconstituye en la experiencia, en el reconocimiento que los estudiantes brindan al docente y en el proceso reflexivo que realiza el docente al analizar su labor y las consecuencias de su accionar.

La docencia debería ser una vocación (Yamila)

La vocación docente puede surgir, se puede aprender a desear ser un buen profesor. Cuando surge dicho sentimiento se nos impone desde nosotros mismos con fuerza irresistible de modo que si no lo seguimos frustramos nuestra vida, es un ideal que va mas allá de solo enseñar implica una enseñanza en valores. Solo aquel con verdadera y profunda vocación tendrá amor a su quehacer docente. Hay docentes que no entienden el verdadero sentido de su trabajo. Se necesitan docentes que antes que otra cosa sean educadores. Ello implica algo más complejo, sublime e importante que enseñar a sumar-restar o aprender a escribir. Educar es alumbrar para formar personas autónomas, criticas, personas libres y solidarias. Conlleva dedicación en alma. Es aquel que se convierte en figura de un saber a la vez que acompañante del proceso educativo. El interés por enseñar da cuenta de un rasgo personal, reconocido por el que lo siente, entendiendo que no se trata simplemente de un empleo sino de una tarea significativa. Docentes apasionados por el conocimiento, apasionados por aprender, por enseñar, son características claves para poder transmitir ese apasionamiento a sus alumnos. La educación va mucho más allá de la satisfacción de unas exigencias académicas, del cumplimiento de unas normas o de la aplicación de una técnica. Los fines que se propone son de carácter moral, el desarrollo intelectual, social y espiritual de los alumnos para que lleguen a plenitud como personas. Ser profesor es un trabajo arduo y complejo que abarca un aprendizaje continuo del conocimiento y de la vivencia única durante cada día de nuestra hacer cotidiano como docentes, significa ser capaz de sentir cada escuela, curso o grado y alumnos como seres singulares con interés y saberes previos los cuales nos enseñan o nos reclaman que los escuchemos ya que a ellos va dedicado nuestra actividad, es imposible concebir un mundo sin alumnos, sin ellos no existiríamos. Por eso aquel que elige en su vida la docencia debe tener en presente que será con ese pueblito con el que compartirá toda su trayectoria profesional. Plantear la docencia como vocación parece sencillo en el discurso, sin embargo encontramos pocos docentes con estas características, como lo expresa el titulo de mi ensayo “La docencia debería ser una vocación”. Una de las razones de la falta de vocación es la creencia errónea de concebir al magisterio como una carrera fácil. Una vez escuche mientras viajaba en tren un comentario de unas mujeres, conversaban acerca de su estado económico y sus ansias por progresar, una de ellas quería estudiar pero se le impedía el tiempo y el gasto monetario que ello implica, a lo cual la respuesta de su acompañante fue textualmente: “ estudia aunque sea para maestra”. La obligación es otra causa que llevan al fracaso o a la desmotivación en la práctica docente, sin poder llegar a encontrar el sentido a su elección. También el prestigio o el interés económico son otras de las razones. Por otro lado cabe preguntarse las causas de la deserción escolar, en parte es responsabilidad del docente. Docentes desganados en su labor, que no respetan la diversidad de sus alumnos (diversidad en cuanto a tiempos de aprendizaje distintos, diferencia ideológicas, modos diferentes de aprender) aquellas que solo enseñan para que se adapten a su tiempo, método y forma de pensar, no merece categorizarse como docente. Al respecto recuerdo una frase ejemplar: “pobrecito dejalo si mas no puede aprender”, o “este libro no es para vos no lo vas a entender mejor algo mas fácil para vos”, traigo estos palabras porque las viví en carne propia de personas que sinceramente no se que hacen, buscan al ejercer su oficio como profesor. La descalificación es un arma mortal que encasilla a la otra persona en una forma de ser sin posibilidad alguna de cambio, es un error grabe en que podemos caer si no tenemos vocación sincera por enseñar. Si deseamos ser buenos docentes la clave es la vocación como dedicación abnegada a nuestra tarea, con respeto y paciencia planteando objetivos claros y alcanzables para con uno mismo y para con sus alumnos. La flexibilidad es otro rasgo fundamental en cuanto a entender y priorizar lo que es mejor para el alumno siempre postulado desde sus capacidades y reforzando aquellas donde se perciba las flaquezas. En mi estadía en el instituto Joaquín. V. González e tenido una variedad de docentes, muchos de los cuales me han enseñando no solo lo curricular me dieron lecciones de vida, me mostraron interés, preocupación hacia mi persona para que aprendiera. Horas dedicadas a charlas reflexivas sobre la docencia.
Recuerdo en una ocasión estaba cansada mas bien agotada había tenido parcial toda la semana. Mi cara era muy expresiva, mis pensamientos divagaban, estaba preocupada por las notas y a la vez tenia sueño. Al terminar la clase el profesor se acerco a mí para preguntarme si estaba bien, pues me notaba diferente. Esa actitud me sorprendió, si bien era y es un excelente profesor, apasionado por su asignatura, además una persona dedicada a lo que hace, hasta nos brindo la posibilidad de consultarle cualquier inquietud o duda sobre la materia en otro horario conveniente. Remarco la actitud de este docente porque creo pertinente a la cuestión, su ánimo, ganas de enseñar y su interés por sus alumnos son cualidades de un docente con vocación. Como es lógico también encontré docentes enojados, como si fuésemos su karma, aquellos que siguen estrictamente su currículo sin importar quien quede por el camino, sus clases me hacen acordar mas a una batalla donde el objetivo es sobrevivir. Por ultimo quiero destacar una cuestión que se reclama con frecuencia, calidad educativa. Invito a indagar que abarca la calidad proponiendo que en parte representa la calidad del docente. ¿Cuántos profesores sentimos que verdaderamente aman su labor?, ¿alguna vez nos preguntamos, siendo francos con nosotros mismos, la razón de haber elegido a la docencia?, estando frente a una clase ¿cómo nos sentimos? ¿Cómo concebimos a los alumnos? ¿Son personas o son simples nombre sin rostros? Repensar nuestro quehacer como docentes, replantearnos el valor, la dedicación y compromiso que le otorgamos a nuestra actividad para corregir nuestra calidad como educativa que integra pasión, entrega completa a una gran labor; educar.

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