sábado, febrero 19, 2011

Vocación y profesión docente (Marcela)

¿Es la docencia una profesión, una acción o efecto de profesar, una actividad laboral de una persona que tiene un gran conocimiento de algo, una técnica, que esta capacitada para ejercerla? ¿La docencia se puede reducir a profesión, como el trabajo de un técnico especializado, cuya función es cumplir y gestionar programas curriculares o es una vocación, una inclinación especial como modo de vida, una inspiración? ¿La docencia puede ser vista como vocación docente como un apostolado, una función moral superior? Éstas son algunas de las inquietudes que surgen con el simple cuestionamiento del tema, pero para poder abordarlas y tratar de comprenderlas se hace necesario observar a todos los que participan en el acto educativo. No sólo quién educa, sino a quién, como así también para qué y sus transformaciones en el devenir histórico. Pues según sea el período de la historia en que hagamos referencia, estas relaciones serán diferentes, pues responderán a fines diferentes, surgiendo de este entramado un determinado sujeto de aprendizaje, quien responderá al ideal de hombre a que se apunte, variando con éste, el cómo, el cuándo, qué se enseña y el papel que juega el educador en esta gran obra. Si nos remontamos al siglo V a.C. en Atenas los sofistas, grandes maestros que enseñan al público dispuesto a pagarles, estamos hablando de un docente sólo como profesión, pero si analizamos en el contexto donde surgieron, en pleno florecimiento cultural de Atenas, con su prosperidad económica, con el surgimiento de una nueva clase social: los artesanos, los comerciantes, los mercaderes, donde aumenta el poder de la asamblea popular y con ella la necesidad de formar tanto política como jurídicamente a esta nueva elite: ¿no estamos aquí frente a una toma de conciencia del hombre y su ubicación histórico espacial, de todo su cuestionamiento de lo dado como verdadero, de que esto podía variar, según desde donde se mirara?¿ Acaso no estaban cuestionando que no existe una sola verdad, sino otras verdades posibles? Son los sofistas los que permiten tener otra mirada de esa realidad, abriendo una discusión acerca de si la religión, la moral, son innatas o son producto de la tradición, son ellos los encargados de desnaturalizar las diferencias en las clases sociales, demostrando que la posición que ocupa cada clase es circunstancial y puede variar. Si su tarea está orientada en la búsqueda del conocimiento que permita al hombre triunfar sobre la naturaleza, su preocupación por sacar lo mejor de cada uno, podríamos ubicar a los sofistas no sólo como profesionales, sino como docentes de vocación, intelectuales brillantes, preocupados por transmitir el arte de mejorar la convivencia entre los ciudadanos, utilizando sus excelentes conocimientos de retórica, oratoria y gramática, para revalorizar la educación. Si realizamos un salto importante en la historia, y nos ubicamos en nuestro país a fines del siglo XIX, veremos la preocupación existente en el Estado por la falta de una identidad. Siendo ésta consecuencia de la diversidad de los bagajes culturales que traía la oleada civilizadora europea. Para transformar en Nación a tan vasto territorio, con tanta heterogeneidad de individuos, surge un estado con la necesidad de formar un ciudadano poseedor de una cohesión moral y cultural. La educación básica fue el medio para lograrlo, obligatoria, gratuita y laica. Así se garantizaba la sistematización y continuidad. Para tal fin era necesario, desde una administración fuerte, crear un aparato escolar, incluyendo en éste, la formación del docente, un cuerpo homogéneo que garantice la inculcación cultural necesaria, donde ser maestro era tomado como una misión para apóstoles más que una profesión, era un moralizador laico. El educador debía ser un modelo a ser imitado, donde él mismo se revaloriza y llega a la creencia de su propio valor sacramental. La tarea específica del docente era trasmitir ciertas normas, valores y principios, no formar hombres sabios. Era el encargado de la distribución social del conocimiento, pero sólo un mínimo de estos saberes debían llegar al pueblo para garantizar así la homogeneidad cultural. Los maestros, hijos de los inmigrantes, tenían en claro que la única manera de lograr el ascenso social era por medio de la educación, Así queda justificado que además de vocación, casi un sacerdocio, la decencia era una profesión. Poder cuestionarnos hoy, como lo hicieron los sofistas en el siglo de oro de Pericles, nos permite cambiar la creencia en la docencia como apostolado, en su neutralidad, en la transmisión de la verdad de la clase dominante como única posible y pensar en que no existe una sola verdad posible, sino tantas verdades como forma de concepción de mundo haya. Un mundo en el cual Gramsci nos da la posibilidad de pensar, a los profesores como intelectuales, al afirmar que todos los hombres son intelectuales, pero sólo algunos ejercen ese rol en la sociedad, donde los intelectuales orgánicos participan activamente en su rol educativo, organizativo de su clase para poder llevar a cabo su hegemonía. Gramsci que en ningún momento abandona su práctica como educador, nos muestra su convencimiento de la posibilidad de cambio que genera la educación. Si nos trasladamos hoy al espacio del aula, podemos ver a docentes no sólo preocupados en trasmitir conocimientos, sino también valores necesarios para la formación de sujetos críticos. Visualizamos un formador que no separa la práctica de la teoría, utilizando los diferentes ámbitos educativos en un lugar de participación activa entre docentes y alumnos, un espacio de reflexión. Cuando afirmamos esto, no podemos estar hablando de un educador que sólo ve su trabajo como profesión, lo cual es muy cierto, sino que va acompañado de una vocación docente, una inclinación especial como forma de vida, donde los actores se involucran, participan y construyen. Podemos concluir que un mal docente es aquel que posee una capacitación técnica insuficiente, pero que no pasaría automáticamente a ser bueno solo con la terminación de su capacitación, sino que un buen docente es quien posee la correcta formación profesional y ésta está acompañada por una continua preocupación y reflexión por sacar lo mejor de cada uno de sus alumnos.

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